La muerte en el mar

Perplejos en la ciudad


(Escrito anónimo encontrado en el buzón)

Se adentraría en el mar y se rasgaría las venas. Por fin lo habría conseguido. No ensuciaría el cuarto de baño de su casa. Así, al entrar en casa alguien de su familia, no ofendería a la vista la cantidad de sangre derramada. Ni asustaría a aquella pobre vecina de buen corazón, a la cual había dejado una copia de la llave por si un día pasaba algo y ella debía entrar, puesto que él vivía solo.

La cantidad de sangre que se derramaría en el mar sería insignificante una vez mezclada con la cantidad de sangre de la gente que muere ahogada y golpeada a diario. También la suya se derramaría hasta el fondo del mar, donde las cámaras de TV no accederán jamás para informar puntualmente sobre la sangre vertida. Nadie, tampoco, podrá quejarse de la contaminación de las aguas por la sangre de un individuo que no podía seguir viviendo en la Tierra.

El agua no estaría ni fría ni caliente, una temperatura propia de comienzos de otoño en el Mediterráneo. Llevaría consigo la cuchilla más adecuada, de hoja muy afilada y en punta, para rasgarse mejor las venas y derramar cuanto antes toda la sangre en el mar.

Por eso no sería inverosímil ni falsa la noticia de los periódicos informando de que se habría encontrado un cuerpo ahogado en el mar con las venas rasgadas. Seguramente, algunos medios tal vez añadirían que se desconocía aún la verdadera causa de la muerte:

“¿Un suicidio o acaso un asesinato encubierto?”, se preguntarían los más perspicaces y sensibles a la lectura de novelas del género policiaco.