La mente bien ordenada

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La mente bien ordenada[1] es el título de un ensayo de Edgar Morin, el filósofo y sociólogo francés creador del denominado pensamiento complejo, un libro escrito a finales del siglo pasado que reflexiona sobre la educación y sus finalidades en la Europa del nuevo milenio. Compré la octava reimpresión en castellano y lo leí por primera vez a mediados del 2006, cuando todavía creía en la posibilidad de reformar la educación en España. Lo releo ahora, cuando comienza un nuevo curso escolar, y caigo en la cuenta de su completa inoperancia. En veinte años, la propuesta de Morin se ha convertido en pura filfa. No se trata únicamente de las previsibles resistencias que una reforma educativa como la propuesta por el autor pudiera generar, sino del grado de estupidez que desde hace años detecto a mi alrededor. En la situación actual, las ideas de Morin no podrían llevarse a la práctica.

El libro plantea la necesidad de aunar el pensamiento científico y el humanismo (literatura, filosofía, arte, cine) y proyectar ese nuevo sincretismo en la educación primaria, secundaria y también en la universidad. Edgar Morin parte del convencimiento de que «el saber no nos vuelve ni mejores ni más felices» (Kleist), pero puede ayudarnos a ser mejores y, si no dichosos, enseñarnos a asumir la parte prosaica de nuestras vidas y a vivir su parte poética. La misión de la enseñanza, según Morin, es llevarnos a comprender nuestra triple condición de seres biológicos, históricos y culturales, percibir la coherencia que subyace a todas las cosas, convivir con la incertidumbre que nos rodea y pensar de manera abierta, crítica y libre. Para el autor, la condición de tales aprendizajes es lograr y disponer de una mente bien ordenada.

El desafío consiste en superar la torre de Babel que han construido las diferentes ciencias susurrando informaciones en sus lenguajes especializados y dispersos. T. S. Eliot escribió: «¿Dónde está el conocimiento que perdemos con la información? ¿Dónde está la sabiduría que perdemos con el conocimiento?» Morin habla de superar los hiatos culturales, sociológicos y cívicos que derivan de ese caos informativo: superar el debilitamiento del humanismo frente a la ciencia y la técnica; el déficit democrático que generan los conocimientos científicos, cada vez más esotéricos y anónimos; el debilitamiento del sentido de la responsabilidad que deviene de la especialización, donde cada sector de conocimiento se responsabiliza únicamente de sus tareas; y el déficit, en fin, de la solidaridad cívica, cuando nadie percibe el lazo orgánico que nos une a cada uno de nosotros con el resto de ciudadanos. Morin defiende una reforma del pensamiento y de la educación que «permita el pleno empleo de la inteligencia para responder a estos desafíos y facilite la unión de las dos culturas separadas. Se trata de una reforma no programática, sino paradigmática, que concierne a nuestra aptitud para organizar el conocimiento».

A diferencia de procurar “una cabeza muy llena”, donde se acumulan los saberes sin selección ni orden, Edgar Morin propone “una mente muy ordenada”, capaz de seleccionar los saberes, unirlos y darles sentido. Esa organización de la mente es la condición para mejorar la propia vida. Se trata, escribe Morin, de educar para enseñar a vivir: «A través de la educación transformar las informaciones en conocimiento y el conocimiento en sabiduría de la vida».

El ensayo alcanza su cenit a la hora de concretar un programa de contenidos para cada grado de enseñanza, desde la primaria a la universidad. No vamos a transcribirlo aquí, aunque sí sus líneas generales, que apuntan a un pensamiento que no aísla y separa los saberes, sino que los distingue y los une, un pensamiento que no es disyuntivo o reductor, sino que atiende a lo complejo para desentrañarlo, en el sentido originario del término complexus: lo que está tejido junto. El paso previo es la reforma de la institución escolar que, a su vez, depende de la reforma de la manera de pensar de la sociedad. Ahí reside la paradoja, ya apuntada por Kant: «Las Luces dependen de la educación y la educación depende de las Luces». Si no cambia la escuela, no cambiará la sociedad. Y si la sociedad no cambia será imposible modificar la escuela. Creo que ahí seguimos, liados en ese bucle.

He releído el libro recientemente y sus propuestas —necesarias, ambiciosas— me parecen, a día de hoy, inabordables. En las últimas décadas ni han mejorado los espíritus, ni la educación ha hecho nada por mejorarlos. La mente ahíta de conocimientos (esa cabeza llena y desordenada de la escuela de antaño) ha sido substituida por una mente ahíta de tonterías, ajena a la comprensión de la complejidad del mundo y de la vida. La televisión, el cine, las redes sociales y, quizá, la propia escuela, han colaborado en hacer todavía más profunda la brecha que separa ciencia y humanismo, esoterismo y democracia, responsabilidad y civismo, y bien poco se ha hecho para ordenar la mente desordenada del ciudadano del nuevo milenio. Lo siento.

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

—Lea el ensayo de Edgar Morin, pero no se deje desmoralizar. A veces las cosas cambian. Quizá se abra una nueva e inesperada puerta en el futuro. Como dijo Heráclito, «si no esperas lo inesperado, no lo encontrarás».

—Si es usted educador y un educador fervoroso, aplíquese el cuento. Quizá en este curso que ahora empieza pueda conseguir que sus alumnos ordenen su mente, cuestionen la estupidez que nos rodea y sean mejores ciudadanos.

—Si es usted un padre o una madre fervorosa trate de compensar en casa la inoperancia de las instituciones. Quizá consiga hacer que sus hijos o sus nietos repiensen lo aprendido, comprendan el intríngulis y la unidad de las cosas, lo apliquen a una manera sabia de vivir e integren en ella el bienestar ajeno. Una mente bien ordenada es, en definitiva, una mente lúcida y filosófica. ¡A ver si lo entendemos de una vez!


[1] Edgar Morin: La mente bien ordenada. Seix Barral (Barcelona 2006).