La llave Allen

Escalofríos


Mañana voy a encontrar una llave Allen que, cuando se me caiga al suelo y se parta en dos fragmentos, me va a dar la pista de lo que descubriré a continuación. Lo sé. No se trata de un deseo ni de una esperanza, ni siquiera de una premonición o de un propósito. Sé que va a suceder como lo cuento y nada va a cambiar el que así sea.

A las 12:47 de la mañana voy a levantar una caja arrumbada desde hace muchos años en el trastero que usaba mi padre y, bajo ella, voy a ver ese metal en forma de ele que va a llamar mi atención hasta el punto de agacharme y cogerlo. Me daré cuenta de que se trata de una llave Allen, vieja, algo oxidada, que debió habérsele caído a mi padre años atrás y que tiene una extraña particularidad: es triangular. Su sección es de tres lados, en lugar de los habituales seis en ese tipo de herramientas.

La sostendré en mi mano y la giraré para verla con detenimiento y, al frotarla para tratar de limpiarla de polvo y herrumbre, se me caerá al suelo y se partirá en dos fragmentos, que quedarán dispuestos en una posición curiosa, casi como si observara una pierna con el hueso fracturado, con una forma anómala, poco natural y muy inquietante.

Precisamente, la posición en la que caerán los dos fragmentos de la llave me sugerirá una distinta colocación de dos piezas del artilugio de aire acondicionado en el que llevo trabajando desde hace varios meses, con poca fortuna hasta ese momento en mis aspiraciones de inventar algo novedoso. Inmediatamente, iré al taller y probaré la idea de posición que me ha sugerido el accidente y rotura de la llave y, aunque en principio me parecerá que no me va a llevar a ningún lado, al colocar los dos componentes en esa curiosa disposición, el aparato ronroneará al enchufarlo y, en lugar del molesto zumbido de los acondicionadores de aire habituales, sonará con un levísimo bisbiseo casi inaudible, el aire expulsado saldrá limpio y con ligereza y una satisfactoria cantidad de frigorías refrescará en muy poco tiempo y con poco gasto de energía el taller en el que trabajo, recalentado tras horas con el sol incidiendo en su cubierta de chapa.

Sé también que este descubrimiento me volverá inmensamente rico en no demasiado tiempo. El azaroso hallazgo de la llave Allen triangular, su caída de entre mis manos, y la extraña disposición de los fragmentos resultantes al romperse, me sugerirá un revolucionario cambio en mi experimento que, tras comprobar el resultado tan satisfactorio que tendrá, patentaré y comercializaré con gran éxito por todo el mundo. La empresa que fundaré será un referente de la industria y de la sostenibilidad, ya que el aire frío resultante de mi invento será absolutamente ecológico y consumirá solo la energía que resulte sobrante de su propio funcionamiento.

Todo esto lo sé, ahora, antes de que suceda. Y también sé que no voy a equivocarme. Parecen las fantasías de un aficionado a la tecnología como lo son las de un deportista amateur que se ve batiendo un récord mundial o las del escritor incipiente que sueña con ganar el Nobel de Literatura. Nada de eso. Esto va a suceder sin ningún error, sin equívocos. Va a ocurrir tal y como lo estoy contando. Lo sé.

Lo sé porque vengo de un tiempo futuro en el que ya he experimentado todo eso que me va a suceder.

Quiero dejar aquí todo esto escrito para que quede constancia de ello en algún lugar… o en algún momento. Quizá lo haga realmente para tratar de reflexionar sobre los sucesos que me ocurrirán y que, así, mi mente pueda descansar de alguna manera. No me va a ser fácil poner en orden estas ideas, porque es como tratar de ordenar lo que no puede ordenarse.

Tenemos conciencia del paso del tiempo en una dirección, como un camino sin vuelta atrás que nos lleva hacia adelante, siempre hacia adelante. Nuestros cuerpos, nuestra existencia, se crea, crece y, con el uso continuado durante los años transcurridos, se desgasta hasta un punto en el que pierde su energía para seguir latiendo y acaba por fallecer, por transformarse en otra sustancia, por desaparecer. Pero yo tendré la experiencia de saltarme muchos episodios de ese discurrir lineal del tiempo y me situaré en un momento determinado del futuro para encontrarme conmigo mismo e intercambiar nuestros distintos espacios temporales con ese otro yo. No es fácil explicarlo, aunque trataré de hacerlo.

Cuando modifique el artilugio de aire acondicionado en el que llevo tiempo trabajando gracias a la azarosa disposición de los fragmentos rotos de la llave Allen triangular que encontraré mañana, comprobaré que estoy ante un invento tecnológico que revolucionará los hogares de medio mundo, algo que no desaprovecharé, patentándolo, comercializándolo y recibiendo grandes beneficios económicos por ello. Pero también me sugerirá, me excitará y me instigará a hacer la misma modificación en otro aparatejo que había descartado como fallido con el que pretendía potenciar las frecuencias electromagnéticas que nos rodean a fin de mejorar las comunicaciones virtuales por medio de internet.

Lo haré y, como consecuencia de ello, inesperadamente se producirá a mi alrededor un extraño resplandor con un color agrisado y un aspecto gomoso, que me asustará enormemente y del que no podré escapar. Me rodeará adhiriéndose a mi persona en su totalidad, sin dejar ni un milímetro de mi cuerpo fuera de él y, sin saber por qué o cómo, abriré los ojos en un lugar con una estructura similar a la de mi taller junto a otra persona vestida de manera bastante extravagante. Junto a mí mismo.

Tanto ese yo como yo mismo nos miraremos con terror en los ojos, unos ojos que se fruncirán de la misma manera, con un rictus de miedo que dará la misma expresión a nuestros rostros. Un pavor que nos mantendrá callados durante un instante eternamente largo… Instante, eternamente… palabras que carecen de sentido para mí.

Ante esa imagen aparentemente especular de mí mismo, trataré de reaccionar y balbucearé algunas palabras sin sentido al mismo tiempo que ese otro ser que es como yo intentará decir algo que no entenderé.

No se piensen que lo que describo que me sucederá es un reflejo de mí mismo. He apuntado lo del espejo para tratar de mostrar la primera sensación que tendré cuando me vea junto a mi otro yo. Quien, por su parte, hará también sus movimientos particulares, diferentes y en absoluto reflejo de los míos, aunque nuestro gesto sea tan parecido que cualquiera que nos viera nos trataría de gemelos.

Observaré el entorno en el que me encontraré y descubriré elementos, tanto técnicos como decorativos, muy ajenos a los que me son familiares.

—¿Dónde estoy? —preguntaré.

—¿Quién es usted? —me preguntará el otro.

Tras un largo rato de evidente inquietud para ambos, trataremos de explicarnos lo que nos estará sucediendo. Ambos nos sorprenderemos. De una forma u otra, la babosa nube agrisada me llevará a un momento del futuro en el que me toparé conmigo mismo, con mi yo de esa época. Explicaré que vivo en 1993 y que estoy trabajando en un invento que pretendía ser revolucionario para las telecomunicaciones y que, repentinamente me he visto envuelto en un resplandor gris y globuloso que me ha transportado (¿es transportar la palabra adecuada?) al lugar en el que me encontraré con mi otro yo. Él me explicará que estamos en 2023, en el mismo lugar que yo le diré, pero treinta años después. Nos costará muchas explicaciones, conjeturas y sentimientos confusos pero, aunque parezca increíble, acabaremos reconociéndonos como la misma persona, que, partiendo de dos planos temporales diferentes, nos hemos encontrado en uno de ellos.

No parece tener lógica ninguna, pero aseguro que la experiencia de encontrarme conmigo mismo en un momento del futuro no resulta sencilla de explicar. Para mi yo futuro la sensación será tan extraña como para mí, aunque en una dirección temporal diferente. Todo lo que me contará me será desconocido. Hablará de mí sobre cosas que nunca he vivido haciéndome pensar que son las que me tocará experimentar con el paso del tiempo. Recordará mi experimento hablando de él como de algo del pasado y bastante superado por la tecnología actual. Me dirá que la fortuna que ganó (que voy a ganar) la derrochó en un prototipo de vehículo sin roce, movido por fuerzas gravitatorias. Con sus palabras, sé que no voy a arrepentirme de haber dilapidado tanto dinero y que regresaré a mi antiguo taller, muy renovado con las que serán modernas comodidades, herramientas y domóticas, y que seguiré trabajando en inventos, más por romanticismo que por ambición personal, y tan solo por el hecho de conseguir nuevas metas.

Lo más raro de todo es que no recordará nada de lo que tiene que ver con nuestro encuentro. Justamente será eso lo que nos impulsará a trabajar juntos para, según mis indicaciones, replicar el aparato en el que trabajaba cuando sucedió (sucederá) lo de la nube grisácea de aspecto gomoso que me transportará al futuro.

Me podría extender ad infinitum sobre lo paradójico que resulta trabajar junto a ti mismo, tanto para mi yo futuro como para mí en ese futuro. Hasta el mismo lenguaje se queda corto para tratar de poner en palabras con sentido lógico el encuentro de uno consigo mismo. En cualquier caso, hallaremos un modo de reproducir el experimento que me llevará hasta allí y mi yo futuro querrá probarlo primero. Desaparecerá de mi vista y varias horas después volverá a presentarse junto a mí.

Me contará que ha vuelto al momento en el que yo experimentaba (futuro para mí mientras cuento todo esto) y que, dado que mi aparato ya estará construido en ese momento, decidirá regresar para compartir la experiencia conmigo… o con él mismo.

Así hemos estado comunicándonos muchas veces, siempre en los mismos espacios temporales, separados treinta años, hasta el punto de que ninguno de los dos llegaremos a saber a qué momento pertenecemos, perteneceremos o pertenecimos.

Me dirán que mi aspecto físico actual, del momento en el que voy a experimentar la primera trasposición temporal, debe ser, sin duda, más joven que el de mi otro yo de tres décadas después que me encontraré tras el experimento. Pero ambos llegaremos a la conclusión de que el movimiento por el tiempo produce extrañas modulaciones, tanto hacia adelante como hacia atrás. O, quizá, precisamente por eso, por ese vaivén, será por lo que, realmente, no nos diferenciaremos casi en nada y pocos serían capaces de distinguirnos a uno del otro si nos llegaran a ver juntos (cosa que siempre evitaremos).

¿Todo esto ha ocurrido? No. Todo esto ocurrirá así durante bastantes años, yendo de una década a otra, situada treinta años antes o después, y sin que el paso de los años deje de sentirse, como si discurriéramos temporalmente en paralelo en dos épocas diferentes y con la posibilidad de intercambiarlas. Todo esto sucederá tal y como lo estoy contando.

Todo esto pasará hasta el momento en que se nos ocurrirá hacer una modificación en el aparato para que nos permita variar el período al que deseemos transponernos. Ese será nuestro error y el flujo temporal acabará separándonos definitivamente, cada uno en un momento temporal (como debe ser, quizá).

Yo he acabado en un momento anterior al de todo lo que cuento que sucederá y que me llevará, supongo, a repetir toda esta experiencia. Y, claro, de repetirla, volveré de nuevo a este punto en el que lo estoy contando, una vez, y otra, y otra más… y así, hasta la eternidad repitiendo la misma secuencia. Tengo que descubrir el modo de detenerlo porque si hay algo que puede parecerse al infierno es esto que voy a vivir… una vez más.

Y el mayor problema es que, tras muchas experiencias yendo de una década a otra e intercambiándome con mi indistinguible otro yo del futuro… yo ya no sé a qué momento pertenezco, de qué época procedo, si soy el que me encontraré por primera vez en el futuro o soy el que viajará allí por primera vez. No sé quién soy.

No sé cuándo soy.