Estoy harta de dar vueltas y más vueltas en busca del amor, aunque cada vez que consigo agarrar a alguien, es inevitable que mis esperanzas se renueven. Como con aquel chico de pelo sedoso que mis manos no se cansaban de tocar. No pudo ser: su madre, una señora angulosa de trato áspero, me detestaba tanto como yo a ella. O ese muchacho de músculos tersos, curvas eternas que me gustaba acariciar sin prisa. Terminó mal: sus espinosas ideas políticas me repelían como agua hirviendo. Luego me topé con aquel hombre de nariz recta y patricia, me encantaba trazar con el dedo su delicado perfil una y otra vez. Otro fiasco: no soportaba su sentido del humor, rasposo, tosco y correoso. No me creo que el amor es ciego. Yo sigo esperando el momento en que pueda quitarme la venda de los ojos y reconocer su cara.
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