Me dijo: «Estoy anonadado, algunos compañeros de oficina me han dicho que soy homosexual, gay, aunque yo no lo sepa. Como argumentación en contra, les he dicho que he tenido una primera novia que me abandonó, pero que no dejó de quererme a pesar de los amantes que tuvo. Y una segunda novia que me quiso mucho y que yo tuve que aprender, con el tiempo, a quererla tanto. También he tenido enamoramientos efímeros, irreales, pura imaginación. Entonces me preguntaron si sabía lo que era un beso lingual (de lengua, dijo uno), o el sexo oral, y les respondí que sí, que lo había leído y lo había visto en algunas películas. Fue entonces cuando me lo dijeron: me declararon homosexual. Me dieron una identidad, como si fuera un don nadie, un perfecto desconocido para mí mismo y para los demás. Eso es: un don nadie cuya identidad ahora había sido descubierta y declarada en público. Aun hoy, desde entonces, todavía dudo y no sé quién soy».
Me quedé atónito con esa confesión tan íntima de mi amigo. Pero no dije nada. Yo también había sido demasiado platónico en el amor (con novias reales, novias y novios imaginarios y novias de alquiler).
Nos bebimos otra cerveza y salimos del bar. Era de noche, las calles estaban desérticas. Titubeando, nos dimos la mano y fuimos a dar una vuelta por el barrio. Teníamos las manos frías.