La almeja longeva y la ostra bisexual

Lengua de lagartija


Para un análisis de rutina he ido al ambulatorio de Sitges y me sacaron sangre. Con el brazo extendido, estrangulado por una goma, y el puño cerrado, miraba cómo el líquido rojo y oscuro llenaba la jeringa y me preguntaba si a la diligente enfermera se le estaría haciendo agua la boca. No lo creo, y si la idea pasó por mi cabeza lo atribuyo a mi febril imaginación, al hecho de que de que acabalaba de saber, por un periódico atrasado, del hallazgo de una almeja cuya vida habría superado los cuatro siglos.

El tema de la vida y la duración de la misma tiene su contrapunto en el de la muerte, es decir, la no vida. La vida se relaciona con la sangre, y cuando la enfermera retiró la aguja intenté mirarla a los ojos por ver si en ellos descubría alguna conexión con toda esta historia de la vitalidad y su ausencia, que en nuestra tradición concomita con el día de los muertos.

Almejita mía, te has pasado más de cuatro siglos semi enterrada en la arena. Supongo que sería una vulgaridad preguntarte si acaso te has aburrido. Fui a mirar en las enciclopedias y así pude saber que tienes de todo: sistema digestivo, músculos, sexo, y… ¡Oh, asombro!, hasta sistema nervioso. Pero no puedo saber si tienes emociones y si te preguntas por el sentido de la vida.

En mi adolescencia escarbaba en la arena de Villa Gesell, una playa al sur de Buenos Aires, y extraía sabrosas almejas que manducaba allí mismo. No sabía entonces que me mandaba al buche un animal longevo. Años más tarde probé las deliciosas ostras. Almejas y ostras son clasificadas como moluscos bivalvos. Hay muchas especies de almejas, pero creo entender que todas ellas están sexualmente definidas: son machos o hembras, y punto. Las ostras, en cambio, al parecer son hermafroditas alternativas (lo leí en una página de Internet). Esto quiere decir que una temporada hacen de machos y la siguiente de hembras, y así van alternando, lo que significa que la ostra tiene muchas más posibilidades de diversión que la almeja, y ya quisiera uno para sí este maravilloso súper poder tan propio del Orlando de Virginia Woolf. Sin embargo, las ostras como mucho llegan a vivir veinte años.

¿Es justa la naturaleza? ¿Será que la duración de la vida guarda relación inversa con la intensidad de la misma? Miren, por ejemplo, el caso de la tortuga: el periódico también me informa de la existencia de una que perteneció a Charles Darwin y todavía vive y tiene ¡ciento setenta y cinco años!, así, con todas las letras y con toda la aburrida lentitud de estos reptiles provistos de caparazón y cara de viejo desdentado.

«Muere joven, ten un cadáver bonito», proclamaban los punks. Se me hiela la sangre en las venas de sólo pensarlo, y la sangre que me extrajeron en el ambulatorio, ahora posiblemente guardada en una nevera.