José Gabriel

Vecindad



Yo creo que José Gabriel podría vivir perfectamente en el ridículo zulo en el que vive Georges, el chico punki del primero cuarta, de quien es vecino de planta, aunque su casa es muchísimo más grande, poniendo en cuestión al que diseñó este edificio a la hora de dividir los habitáculos, uno tan enorme y otro tan clamorosamente insuficiente como para ser habitable.

José Gabriel decidió hace mucho tiempo que podría prescindir de la electricidad y así lo hizo; retiró de su casa todo lo que para el resto hace más fácil la vida, los electrodomésticos, incluido el frigorífico, y cualquier otra cosa que se alimente por cables. Afirma que, con una cama, una mesa, una silla, la ducha y un váter tiene todo lo necesario para poder ser feliz. Ha construido, o mandado construir, una especie de fresquera para conservar los alimentos de forma natural. Además, compra todo lo que necesita casi a diario y tan solo las cosas que sabe que va a consumir en poco tiempo, para de esta forma no desperdiciar nada y no tener la necesidad de almacenar alimentos perecederos.

José Gabriel es ciego, pero siempre insiste en que esa deficiencia física no le impide llevar una vida plena, como a simple vista puede comprobarse cuando te topas con él. Me comenta que es frugal con su alimentación, pero en absoluto parece mal alimentado. A pesar de ser de constitución asténica, se ve robusto y con un buen tono muscular.

La verdad es que a su buena imagen contribuye de manera sustancial su manera de vestir, siempre tan pulcro y elegante. No acabo de imaginar cómo se las apaña para llevar la ropa perfectamente planchada e, incluso, combinada con tanta clase que resulta difícil creer que sea totalmente ciego.

Me hace gracia. José Gabriel es, en su aspecto, la antítesis perfecta de su vecino Georges, siempre tan desastrado (a propósito) con sus ropajes rasgados y desiguales. Me encanta verlos juntos cuando, en ocasiones, coinciden en la escalera, uno para bajar a por sus provisiones del día y el otro a descubrir en qué día de la semana la va a tocar vivir.

Cuando le pregunto a José Gabriel por su habilidad para vestirse con tanto gusto sin ver las prendas, sin conocer los colores de estas y ni siquiera poder observar su propia imagen reflejada, me contesta que se trata de un sentido extra, muy entrenado, que le surgió de repente cuando perdió la visión. Me confiesa, con algo de sarcasmo y un refinado sentido de humor (una característica importante de su personalidad), que se viste “mirándose” a un espejo de cuerpo entero que tiene como único mobiliario en uno de los cuartos de su casa. Claro está que no puede verse, pero acaba confesándome que se sirve de trucos diversos y distintas etiquetas para reconocer las prendas y poder verlas en su mente. Desde luego, debe de tener una prodigiosa memoria visual para combinar mentalmente formas y colores sin ver.

De lo que no quiere hablar nunca es de por qué y cómo perdió la vista. Por su conversación, agradable y muy erudita, he podido deducir que disfrutó de la luz hasta pasada su adolescencia, que él marca en sus 21 años.

Me han llegado rumores de lo que le pasó, aunque me cuesta creer lo que cuentan. Los cotilleos en esta finca están a la orden del día y no puedes dar crédito a casi nada de lo que se rumorea. Pero este chisme es tan surrealista que me desconcierta. Hay quien afirma que José Gabriel perdió la vista en un incomprensible accidente mientras limpiaba lentejas para hacerse un guiso castellano.

José Gabriel dice que no le gustan las lentejas.

-Ilustración del autor. Dibujo sobre papel de caca de elefante-