Yo creo en ti, película de Henry Hathaway con James Stewart, Richard Conte, Lee J. Cobb, Helen Walker… Año: 1948.
En el año 1932 se cometió un crimen, nada del otro jueves, otro asesinato como tantos. Ocurrió que el 9 de diciembre de ese año, en una tienda clandestina de venta de alcohol, dos hombres entraron con el propósito de robar la recaudación. En la trastienda, un policía tomaba una copa con la dueña. Los atracadores dispararon al policía, el botín fue de dos dólares.
En 1932, en la ciudad de Chicago se cometieron 365 asesinatos, sin contar las ocho bajas de agentes de la policía metropolitana. Dos raterillos en libertad provisional fueron detenidos, la única testigo y propietaria de la tienda, reconoció al que disparó y a su compinche. Eran vecinos del barrio polaco de Chicago, el más castigado por la depresión y la miseria. Los dos desgraciados, también de origen polaco, fueron condenados. Franck Wiecik, convicto de asesinato, a la pena de 99 años de prisión.
Once años más tarde, un anuncio por palabras en el Chicago Times, llamó la atención de un periodista. Se ofrecía la recompensa de 5.000 dólares para quien descubriera a los autores del asesinato del policía, el de la licorería clandestina. Los interesados en cobrarla tenían un número donde llamar: Northside 777 y el nombre de una mujer por quien debían preguntar. El periodista desconfiaba del anuncio, quizás era cosa de la mafia, desde luego, olía a engaño. El asesino ya había sido juzgado y seguía encerrado en la prisión. El número de teléfono correspondía a un edificio céntrico de la ciudad.
No perdía nada por comprobar qué había detrás de la recompensa. Preguntó por la mujer que firmaba el anuncio. En una de las plantas, donde le había indicado el conserje, encuentra a una mujer que friega el suelo de las oficinas, de rodillas. Aún no se había inventado el mocho. La limpiadora era polaca y madre del asesino. Tiene la absoluta convicción de que su hijo es inocente, lleva once años limpiando oficinas para ahorrar la recompensa destinada a salvar a su hijo de la prisión por un crimen que nunca cometió.
El periodista duda de la inocencia de Franck Wiecik, pero decide dar una oportunidad a la madre, cuyo principal objetivo es demostrar la inocencia del hijo. Examina el archivo policial del caso. Se percata de que, en sus primeras declaraciones ante la policía, hay contradicciones y mucha confusión en el relato de lo que sucedió la noche del crimen. Quizás la madre esté en lo cierto. Su jefe en el periódico le empuja a seguir con la investigación, los artículos que publica sobre el caso son un éxito, se venden casi el doble de periódicos. Los lectores tienen interés por el caso, así lo demuestra la sección de Cartas al director. El periodista averigua que Frank tenía mujer e hijo, que se divorciaron poco después de entrar en prisión. Ella está casada con otro, un buen hombre que le ha dado su apellido al niño, para evitar que la criatura supiera que su verdadero padre era un asesino. El propio convicto presionó a su mujer para que se divorciara.
Sólo existía una posibilidad de sacar a Frank de la prisión: una prueba que destruyera el testimonio de la testigo. El periodista se arriesga, no teme enfrentarse a la fiscalía ni al cuerpo de policía, descubre que las pruebas sobre las que se construyó la acusación de culpabilidad son una chapuza. Consigue que la comisión del perdón, último órgano judicial para revisar casos ya juzgados, esté dispuesta a reunirse para analizar la prueba que demuestra la inocencia de Franck y la de su amigo.
En 1943, Franck Wiecik y su compañero fueron puestos en libertad, exculpados del crimen, y reconocido el grave error en el veredicto de culpabilidad emitido por el jurado.
Este caso real fue llevado al cine por Henry Hataway en 1948, la película se titula Call Northside 777, aquí se lo cambiaron por el de Yo creo en ti. El papel del periodista lo interpretó James Stewart. La película cuenta la historia con estilo seco, de atestado criminal. No hay lugar para sentimentalismos ni lamentaciones. El director se permite un sólo efecto: el sonido de los silbatos de los trenes. En Chicago, durante esa época, las vías corrían paralelas al barrio polaco. Un poco antes del final, las campanas de una iglesia repican al paso del periodista que viaja en un taxi, camino de obtener la prueba definitiva.
El mundo es bueno, a veces. La voz en off al final de la película, nos recuerda que dos hombres recuperaron la libertad y el honor gracias a la fe de una madre, al valor de un periódico y a la negativa de un periodista de aceptar un veredicto basado en prejuicios y suposiciones.