Como todos los lunes, tras casi ocho horas en el colegio, Andreu (de camino a kárate) empieza la semana y con ella el primer apunte de su agenda ministerial.
Marga y Pau, sus padres, llaman a ese diluvio «extraescolares»; él (que solo tiene su hastío y siete años), «cosas que hace para aprender más».
Cuando salga del tatami, hacia las seis de la tarde (sin tiempo para ducharse), lo esperará el psicólogo (Fernando) en la otra punta de la ciudad.
Andreu lo visita los lunes y los jueves, como cualquier chaval.
Todos los críos de su clase van al psicólogo.
Unos, por hablar demasiado; otros, por callar mucho; algunos, por ser inquietos; la mayoría, por preferir los juegos del patio a su silla de cal. Andreu, por entusiasta. Su fervor por la vida (eso le dijo Mara, su primera maestra) no es… «normal».
Ansiando esa normalidad, sus papás (preocupados) buscaron terapeuta, dos sesiones de kárate, tres clases de inglés, cuatro de solfeo, cinco de yoga acuático que imparte un andaluz (neoyorquino y tibetano) nacido en Ámsterdam.
«Relajarse es sano», reza su consigna: el monje Lu Tsé Fernández se lo enseñará.
Como todos los niños, después de la escuela, pasa Andreu seis horas bien atareado.
Haciéndose mayor. Deshojando la eternidad.
Aprendiendo que el lunes es una soga al cuello que nos asfixia hasta el sábado. La única tarde de paz.
De irrisorio amor. De… Ganado, qué más da.
Andreu, Marga y Pau, acaban el día con los cuerpos desguazados.
Cenan una pizza, medio telediario, mucha soledad.
Pasadas las once, con Andreu ya dormido, Pau y Marga no hablan. Sus cuerpos exhaustos no pueden hablar.
Mañana será martes y al salir del cole volverán a la carga: tendrá solfeo, inglés, gimnasia oriental.
Y una página de mates que estudiar para el miércoles. Y no sé qué mandanga para el cumple de Yasard.
Eva, la canguro, está de exámenes. «Mañana no irá».
Marga saldría del trabajo si trabajo tuviera; Pau, que sí lo tiene, se pasa la semana viajando del infierno al salario para… Mal soñar.
Al llegar la noche, la ciudad ya dormida, un perro insomne se pondrá a ladrar. Ladrará en su rutina un réquiem por la vida que nadie (por vivirla tanto) vivirá.
Réquiem solidario por las promesas huecas.
De pan con pan.