Frutas de hueso

M de Mirinda


Que no falte de nada, aunque todo sobra cuando con un poco basta. La virtud está en la dosis. 

Tomemos las frutas de hueso. Seis dulces cerezas al día, si la diabetes nos habita; medio cesto de ellas, si al pie del árbol estamos. En caso de melocotones con pelusa, lancémonos sobre sus casi humanas carnes sin más límites que la capacidad cúbica de nuestras manos y estómagos. 

Mesura, mesura, canta la rana. De acuerdo: con dos piezas de Calanda, o uno de Cieza, iremos servidos, seremos justamente saciados de verano, de saturado naranja corazón de melocotón.

Mas, cómo abordar el hueso cuando este es descartable y, como regalo, únicamente puede proporcionarnos la sorpresa de una tijereta viva en su interior, rocanroleando a lo Escher, infinito sin fin, alrededor de la amarga amígdala, almendra falsa madre de los amaretti, en la burbuja ósea que es el centro de albaricoques y otras joyas de árbol, por lo general. Siempre cabe circunvalar con un cuchillo, de norte a sur, el globo frutal para luego girar cada sección en una dirección opuesta y, así, dejar al descubierto ese centro que la luz nunca ha visto.

Y cómo delimitar la ovalada pepita-sepia del mango Manila, tan radicalmente enmarañada en la pulpa perfumada hecha de hilos y perfecta crema. Solo cabe aquí el certero afeitado lateral siguiendo la silueta oculta de la osamenta frutal para, a continuación, sajar lenguas de fruta que pronto convertiremos, trazando líneas perpendiculares en su músculo, en perfectos trampantojos de tocinillos de cielo perfectamente cúbicos que se nos ofrecen reclamando dentelladas: uno a uno los desprenderemos de su mangifera piel verde, o roja, o fucsia o amarilla.

Sí sabemos guardar los huesos de nísperos y aguacates, porque brillan si los manoseamos transfiriéndoles nuestro propio aceite, nuestra propia grasa cutánea. El resto de los huesos de los frutos que devoramos los desechamos y, pudiendo ser ejércitos de frutales, acaban incinerados.

Sí sabemos, también, que los empachos pasan y que la mitad es agua y que mejor pelarlas y que no de la nevera y que a la sombra, aguantan. 

Mesura, mesura, canta la rana. 

Démosle una vuelta a la posología de la fruta con sus vitaminas, con sus huesos acerados, con sus tristes, por truncados, deseos vegetales de inseminar prados. La virtud está en la dosis. Seguiré contando.



Más artículos de Mirinda Cristina

Ver todos los artículos de