Espíritu navideño

Pesca de arrastre

 

El lío vino porque a Marta, la madre de Pedrito, se le ocurrió la genial idea de invitar a la cena de Reyes a sus tres hermanos sin hablarlo previamente con su marido, quien, a su vez, sin consultarlo con la esposa, había accedido a que su primo Tomás, más conocido en el barrio como “el cogorzas”, también asistiera a la fiesta, dado que no pudo venir a la cena de Nochebuena a traer su regalo al sobrino y ahijado. Cuando repararon en el error y lo hablaron, ya era demasiado tarde.

El follón estaba servido porque las relaciones entre los invitados no eran nada buenas. El asunto venía de lejos: un dinero que se pidió prestado y jamás se devolvió. También, algo de fútbol y de preferencias políticas.

El lío pudo ser menor de no ocurrírseles a todos venir disfrazados. Los tres hermanos, de Reyes Magos; Tomás, de Papá Noel.

Algo de culpa la tuvo también la ingesta etílica a la que eran muy aficionados los cuatro y de la que dieron buena cuenta a lo largo de esa tarde, cada uno por su lado, de manera que cuando llegaron a la casa ya venían algo cocidos.

El caso es que fueron llegando. Primero los hermanos, después el primo.

Creo que ninguno se encontraba cómodo aquella noche con la compañía prevista.

Y el niño, aunque crédulo hasta las trancas, estaba no obstante algo desconcertado porque no comprendía que pudieran estar juntos el mismo día los Reyes y Papá Noel. Miraba atónito a sus majestades, luego al del gorro rojo, alternativamente, según hablaran unos u otro.

Lo normal de la reunión fueron los malos modales en la mesa: gente alterada hablando con la boca llena, gesticulando y bebiendo sin parar.

El volumen de conversación fue subiendo paulatinamente. Hubo miradas asesinas recíprocas por parte de los invitados y palabras subidas de tono.

Luego voces y más voces.

También un inoportuno empujón. El árbol navideño derribado en el suelo, con un estrépito de bolas rotas.

Y el niño contemplando estupefacto cómo el rey Baltasar estampaba un pastel de cabracho en toda la jeta a Papá Noel, cómo Papá Noel se liaba acto seguido a puñetazos con Baltasar mientras Melchor tiraba al primero figuritas de mazapán y polvorones, con inusitada violencia y, por cierto, con malísima puntería. Entre tanto, un Gaspar tambaleante, ajeno a todo en una esquina, se amorraba como un poseso a la botella de whisky escocés.

A todo esto, los padres de la criatura no salían de su asombro y no sabían qué hacer para detener la trifulca y para que Gaspar no acabara con todo el licor disponible de la casa.

A partir de aquel día, Pedrito dejó de creer definitivamente en la familia, en Papá Noel, en los Reyes Magos, en el espíritu fraterno de la Navidad… Y se acordó de la madre que los parió a todos.