En diciembre de 1894 Robert Louis Stevenson muere, a los 44 años, en una isla del Pacífico Sur en la que había establecido su último hogar. Nueve años antes había escrito la que podría ser su mejor novela, Strange Case of Dr Jekyll and Mr Hyde —publicada en 1886—, que rápidamente se convirtió en éxito editorial.
Quiere la leyenda que, al ocurrírsele la idea, el gran autor escocés se empecinaba en el fenómeno de la personalidad escindida, algo no muy lejano de lo que hoy en día se conoce como “trastorno bipolar”. La dualidad entre el bien y el mal que acaso anide en el interior de todo ser humano. Los ángeles de la bondad y los demonios más perversos batallando entre sí por la orientación de nuestros pensamientos y nuestros actos. Quiere también la leyenda que el argumento surge en una pesadilla de Stevenson. Fanny Osbourne, su esposa, dijo que había sido despertada por los gritos pavorosos del escritor y por esa causa lo sacudió, logrando que él se enfureciera: “¿Por qué me has despertado?, estaba en medio de un maravilloso cuento de terror”.
Casi todo el mundo conoce el argumento de la novela. El doctor Jekill inventa un brebaje que lo convierte por unas horas en un ser abominable: Mr. Hyde (el señor oculto), pero todos intuimos que ese abominable ser oculto residía ya en el interior del buen Jekill, así como también aguarda en nuestro interior, desde el momento de nacer. Desde el principio podríamos hallarnos ante una bifurcación de caminos, habrá que ver cuál de ellos elegimos.
¿Hay dos personalidades en cada uno de nosotros? La mitología romana presenta al dios Jano, una deidad con dos caras, la una mira hacia la paz y la otra hacia la guerra. Sólo unas décadas después de que se publicara la novela de Stevenson el doctor Sigmund Freud pergeña su doctrina sobre las agresivas pulsiones sexuales del “ello” que trata de imponerse al vulnerable “yo”. La historia de Eros y Tanatos. ¿Estamos constantemente ante la disyuntiva de elegir entre los dos caminos que dibuja la moral tradicional?
Dos amigos con los que suelo compartir mis dudas me han llevado a plantearme el asunto. Con tono que supongo jocoso uno de ellos me dice: “Lázaro, parte de mí quiere aportar ideas para un mundo mejor… y otra parte quiere quedarse sentado mirando mujeres desnudas y abrevando de los alcoholes del averno”. Por lo visto, mi amigo se encontraría tironeado por las dos tendencias opuestas de la moral imperante (aunque sé que habla en broma). Yo le respondo, con tono igualmente ligero, que no se preocupe y que no se prive de nada, ni del alcohol, ni de la contemplación de mujeres empelotadas.
Otro amigo me escribe lo siguiente: “Por fortuna no nos obligas a elegir entre Jekyll o Hyde, eso de partida me gusta”. A él le respondo que aparte del camino de Jekyll y el de Hyde hay muchos otros caminos. Se puede ser bondadoso, se puede ser malvado, se puede ser indiferente, apasionado, testarudo, blando de carácter, simpático, aborrecible, seductor, insoportable, atrevido, cobarde, etcétera. Casi todo el mundo, casi todo el tiempo, va cambiando de una característica a otra, y esto es así porque no somos seres determinados por la dualidad sino por la diversidad. No caminamos por una línea recta con dos extremos opuestos, sino que deambulamos por la superficie de un poliedro de infinitas caras. Nosotros mismos somos seres poliédricos. Entre Jekyll y Hyde hay un millón de yoes posibles.