Anochece, desde el salón ves cómo se encienden lucecitas de distintos tonos que iluminan mundos desconocidos tras las ventanas de los edificios. La calle duerme.
Miras de nuevo ese ovillo de lana que está encima de la mesita desde hace no sé cuántos días. Incrustadas en el centro de la madeja, dos agujas se mantienen erguidas por arte de birlibirloque evocando una figura oriental. No sabes si no osas tocarlas o es que te da reparo tejer.
Y es que hacer punto no es fácil. Dices que un ovillo es como un argumento transformado en lana, solo hay que tirar del hilo e ir tejiendo historias sobre cómo son las cosas. Los hilos están para enredarse, y las hilanderas para tejer narraciones con los líos que los hilos de las madejas se hacen entre sí.
A veces los líos son tales que en vez de argumentos te salen energúmenos. Solo un energúmeno es capaz de no tener argumentos, piensas.
Hace tiempo que sabes que es fácil rebatir cualquier razonamiento con el argumento contrario y te preguntas por qué sabiéndolo sigues con ese empeño de armarte de explicaciones para justificar cualquier cosa, También es cierto que las explicaciones suelen enredarse de tal forma que puedes llegar a confundir un tsunami con un tiramisú.
Un ovillo de lana debería ser algo blando y fácil de manejar; en cambio, cada vez que tiras de él, el hilo se te resiste, como si estuviera anclado en algún lugar lejano imposible de acceder.
Llevas siglos haciendo punto. Dicen que un punto es lo que no tiene partes, y que por eso es tan complicado tejer. Hay que llegar a algún lugar desde ninguna parte y no se llega así como así.
Miras el argumento que tejiste la primavera pasada, te gusta su color mostaza, con matices chispeados en un tono más intenso. Las conclusiones están tejidas en verde, un verde limón tan dúctil que apetecería lamerlo. No entiendes cómo lograste tejerlo, ¡ahora mismo serías incapaz incluso de coger las agujas!
Y es que últimamente ya no te quedan argumentos, por eso te cuesta tejer. Tantos años argumentando y tejiendo, tejiendo y argumentando. Con la aguja, con la lana, haciendo y deshaciendo, entre costuras o rematando. Demasiados puntos sobre demasiadas íes han cosido tus agujas, apenas les queda el punto final.
Mañana tejerás por última vez, y lo harás a tu manera. Sin explicaciones ni raciocinio ni conclusión alguna, por eso has escogido el punto bobo. Un punto para embobarse cruzando y descruzando las agujas a su antojo, tus dedos bailarán al son del viento y la lana acariciará tu piel. Y tricotarás bien, y sin prisas, como quién maneja un pincel sobre una tela blanca, entona un canto desconocido, o se baña en un mar de invierno.
No sabes si será argumento o energúmeno, pero te da igual.