Cuentan en el barrio que aquel vecino no se encontraba bien en ningún lugar, ni en la ciudad ni en el campo, ni durante la paz ni en la guerra, no se encontraba bien en ningún lugar, ni aquí ni allá.
No hallaba su sitio, no andaba a gusto ni por la izquierda ni por la derecha de las calles, la realidad lo acosaba y no se sentía bien en ninguna parte. Ni arriba ni abajo, cualquier camino no era su camino, cualquier dirección no era la suya, porque no se encontraba bien en ningún lugar y en todas partes se sentía extraño, incómodo, extranjero.
Hasta que un día decidió soñar otro lugar: lo imaginó y salió en su búsqueda… Al final, después de mucho aventurarse por valles, atajos y laberintos, lo construyó, construyó el lugar en otro lugar, su lugar…, un lugar cuya dirección no conocemos aún en el barrio. Aún.
Así es como finalizan muchos cuentos. Pero los más descreídos pronostican que ya imaginan cuál es ese lugar: la paz del cementerio, la paz que no es paz ni lugar ninguno para tomarse una cerveza.