El valor del sexo

Las horribles historias de Sileno

Me encuentro por la calle con Damián; anda cabizbajo, cariacontecido. ¿Sabes quién se ha muerto?, me dice, ¡Ismael Suñé, el Palabritas! ¿Quién?, pregunto. ¡El marido de la peluquera! ¿De la Paqui? ¡Sí, el marido de la Paqui!, de un infarto… Pues nada. Con su pan se lo coma, y concluye: ¡Ahora que no me venga con urgencias!

Nos sentamos en un banco de la avenida Abril Martorell y empieza a contarme lo que yo ya sé, porque me lo ha contado veinte veces. El ruido de los coches dificulta la comunicación, pero yo me conozco el cuento: que, de joven, la Paqui lo ponía a cien en los banquitos del parque, pero que no lo dejaba acabar nunca, que cuando él se llevaba la mano a la bragueta porque en la oscuridad del lugar hubiera podido llegar a más, la Paqui le metía el freno diciéndole que ya estaba bien, que el sexo está sobrevalorado y que más vale esperar a casarse. 

—Y es que por aquel entonces la Paqui se iba a casar conmigo, o eso decía la muy zorra. Se levantaba del banco, se recolocaba la minifalda y el suje y nos íbamos refrescar el gaznate al bar más cercano. De eso hace más de cuarenta años.

Nos hemos movido caminando hacia la Rambleta, porque el ruido del tráfico nos impedía hablar con comodidad. En la Rambleta se está bien, ahora en invierno, cuando hace sol y los árboles están despojados. Allí Damián ha continuado en voz baja.

—¿Te imaginas? Yo sin poder consumar, esperando a casarme… y ella va y lo hace con Ismael Suñé y se queda preñada. O sea que conmigo el sexo estaba sobrevalorado y con el Palabritas, no. Total, porque ese tío se enrollaba muy bien. Siempre le ha ido la cháchara, como buen comercial de ferretería. Cuando la Paqui me dijo que estaba embarazada quise morirme. A los dos meses se casaron y a mí me tuvieron que dar Agua del Carmen en la ceremonia, porque estuve a punto de desmayarme.

» Total, ¿cuál es el valor del sexo? —se lamenta Damián—. Dímelo a mí, ahora que estoy operado de próstata y ya nada es como antes. El Ismael y la Paqui han vivido juntos un montón de años, han tenido tres hijos y la mayor, que también se casó con prisas, tiene ya un mameluco de tres años. ¡Ya ves! ¡La semana pasada vendiendo tornillos en Zaragoza y hoy más frío que un bacalao! Se ve que le dio un achuchón en la misma ferretería… que no es una mala manera de morir. Y la Paqui, y los hijos, hala, ¡a cascarla! Ayer se lo trajeron a La Siempreviva y, bueno, tuve que pasar por el tanatorio. 

Son las cosas de la vida, le digo —para consolarlo—. El pobre Damián se quedó colgado de la Paqui y si no se metió a cura fue por falta de estudios, aunque sí que practicó la castidad ejerciendo de sacristán en la parroquia. Que el sexo está sobrevalorado es una percepción muy propia de quien no lo practica. Creo yo. Eso mismo le comenté un día a don Jesús, el párroco, cuando me contó que no podía dejar de pelársela pensando en lo que no debía. Y es que tengo fama de escuchar mucho y bien a los demás y sé aconsejar con buen tino.

—Total —concluye Damián—, que ayer, en el tanatorio, la Paqui se me echa a llorar y en un aparte me dice que qué gran equivocación la suya, que debería haberse casado conmigo, que el Palabritas tenía la mano muy larga y que últimamente la despreciaba diciéndole que parecía una mesa camilla… y es que los años no pasan en balde y la Paqui tampoco es lo que era. Bueno, pues me ha invitado a comer el domingo en su casa. «Tenemos que hablar con calma —me ha dicho—. Podríamos volver de nuevo a lo nuestro. Vente el domingo, que estaremos solos, y verás qué canelones más buenos te preparo». ¿Te puedes creer que ahora, a los sesenta y pico, podemos recomponer una relación sobre el recuerdo de un cadáver? ¿Tú qué harías, Marcial?

Ciertamente, creo que la Paqui tiene mucho morro. Cuarenta años después de haber dejado a Damián en la estacada le viene ahora con el cuento de la lagrimita. Por otro lado, está él, con toda su historia de lamentos, operado de próstata y sin perrito que le ladre. Me pareció un dilema difícil de resolver. En el caso de don Jesús, el párroco que se la pelaba sin descanso, lo tuve fácil: le aconsejé que siguiera haciéndolo sin demora; lo del sexo es como un bolígrafo que se va quedando sin tinta a medida que la edad avanza, le dije. Escriba usted todo lo que pueda mientras la mano se lo permita.

A Damián le he dicho, encogiéndome de hombros: «tú verás lo que te conviene. En cualquier caso, si a la Paqui le da por hurgarte la bragueta, esa bragueta disminuida, digamos, siempre le puedes decir que el sexo a tu edad está sobrevalorado. ¡Te comes sus canelones y a correr!».