El placer de lo inconcluso

Leído por ahí

 

La lectura de los dos capítulos -¡dos!- que conforman Obra suspendida, del inglés Evelyn Waugh (1903-1966), constituye una fuente de satisfacción para el lector dispuesto a empantanarse en una narración inconclusa y gozar de la finísima ironía del autor, sin esperar un final. El propio Waugh, consciente de que en su novela abordaba un mundo que ya había desaparecido, decidió abandonarla inacabada en un cajón de su escritorio hasta que, años después, la remitió a su editor, Mr. Woollcott, por si consideraba que valía la pena sacarla a la luz.

Para suerte de los contempladores de lo inconcluso, el señor Woollcott decidió llevar Obra suspendida a imprenta en 1949. La versión para nuestro país, con excelente traducción de María Maestro, constituye un delicioso librito de 160 páginas[1] que yo tampoco he terminado, en coherencia con la desidia de su autor.

El protagonista de Obra suspendida es un escritor de novelas policíacas que confiesa ser “hombre de un solo cadáver y, a ser posible, un cadáver limpio, evitando las clásicas transfusiones de sangre con las que la mayoría de mis rivales acostumbran a revitalizar sus exangües historias”. De su padre, un atrabiliario pintor simbolista, podemos reseñar que es un maestro en el arte de pintar patillas. “De joven me especialicé en cabelleras  —decía, como un médico podría manifestar que se especializó en nariz y garganta—. Las mías no tenían parangón. Hoy día, ya no quedan cabelleras que pintar…”

La contemplación de los esclavos a medio acabar de Miguel Ángel, sin pretender que el mundo los concluya y sin tratar de saber por qué quedaron inconclusos, es una experiencia estética muy estimulante. Frente a un desarrollo mediocre de la obra de arte, que acabaría frustrando cualquier expectativa, es preferible mantenerse firme en el terreno de lo que no se terminó, ni ganas.

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

– Instálese en las páginas de la Obra suspendida de Waugh y paladee su estilo. No pretenda avanzar hacia un final que no existe. Simpatice con sus personajes y déjese acunar por su rumor de fondo. Quizá le parezca solemne, pero es irónico.

– Tome conciencia de las ventajas de lo inacabado, en escultura, en literatura, en música. ¿O prefiere que le recordemos la Sagrada Familia?

– Aplique a su vida la recomendación de prolongar el placer cuando se experimenta, sin pretender ir más allá. Entienda que el final es siempre el final.

– Y por si todavía no lo sabe, le advertimos que, a pesar de las apariencias, todos los caminos conducen a ninguna parte. Más vale mantenerse en la brecha que acabar de una vez por todas.


[1] Evelyn Waugh, Obra suspendida. Editorial Treviana (Madrid, 2009).