Testimonio
A ti, hombre, animal creado, a ti te digo que tienes que saber que muchas mujeres que andan así, no es que se contoneen en tu honor. Y miran y hablan y se ríen así. Y no es por ti. O sí, pero no necesariamente. Y se visten y se pintan y se peinan así, y quizás piensas que lo hacen con ideas que tú imaginas y puede ser que te equivoques. Y también es conveniente que sepas que tienen su propio universo, no un mundo como el que tú tienes; universo, en el que muchas veces eres prescindible y otras muchas, no admitido.
Comprendo tu desorientación, hay muchas cosas que no entiendes; es normal, acéptalo. Por ejemplo, para el hombre hay un momento en que la conversación se convierte en cháchara, algo banal y necesariamente evitable. No es así para la mujer, la cháchara insustancial no existe, todo lo contrario, es un momento de transición importante y necesario para ir elaborando teorías e ir deambulando de un tema a otro de tal forma que todo está relacionado y las cosas no pasan porque sí.
El Kamasutra sabe de nuestras incapacidades, nos quiere ayudar y nos advierte que el prudente evita vivir con su mujer como si fuera un criado, señal evidente de que el peligro existe y el hombre en su ignorancia no se da cuenta. Y no se da cuenta porque el hombre está muy ocupado y no sabe, no es capaz, no tiene tiempo para observar su propia vida.
¿Cómo podríamos comunicarnos con la belleza del mundo? ¿Cómo? El hombre piensa que uno de los modos, el más simple e instantáneo, es a través de la mujer y por eso la usa como objeto para colmar sus deseos y carencias. Y al hacer eso lo que recibe es una disminución, un reflejo, torpe, de la magnitud de lo que pierde en su torpeza. “La piñata reventó y están lloviendo caramelos”; anda, espabila, quien llega tarde pierde la ocasión y no se gana el cariño.
El papel de enamorado satisfecho no existe, y si existe es efímero. Los futuristas decían que el esplendor del mundo se ha enriquecido con la belleza de la velocidad. Es mentira. Y es mentira porque esa velocidad no da tiempo a que te enteres. Las imágenes pasan tan rápido que no te das cuenta, dices, pero el contoneo permanece, dices también. Aunque no sea por ti. Ni para ti.
Antonello Gasparini, eremita urbano