En la difusa cosmogonía de la literatura fantástica a veces aparece que este planeta está poblado por creaturas, nosotros y otros entes vivos, que satisfacen necesidades de los así llamados dioses. Para ejemplo, un botón. Los Lloigor de Colin Wilson se alimentan de las emociones negativas de los seres humanos. En la cosmología cristiana se habla del rebaño de los creyentes y de Dios como el pastor: “El señor es mi pastor. Nada me habrá de faltar”. Cuál sea el destino de las ovejas, térmico o proteínico, es lo que está por verse. En algunos programas de televisión seudo-documentales se afirma que somos una manipulación genética. Vale. Pero es obvio que no se trata de la carne. Sería evidente y ya nos habríamos dado cuenta. Los cuerpos se pudren, se disuelven, cuando están muertos. Seguramente es el alma —o lo que se cree o supone que sea— lo que constituye el alimento divino.
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