El noviazgo de los dedos de los pies

Perplejos en la ciudad

 

Han salido de la oficina, han ido paseando hasta la estación y ahora suben al tren, como cada día. Pero algo extraño ocurre hoy. El vagón del tren está vacío. Se acomodan en uno de los asientos, que parecen más pequeños que de costumbre, como si fueran más estrechos, de modo que la pierna derecha de él casi roza la pierna izquierda de ella, desde los pies a la cadera. El movimiento del tren hace que, a intervalos, se toquen los brazos y las piernas de ambos. El aire acondicionado no funciona y hace un calor sofocante. Hoy el tren va vacío, como hemos dicho, lo cual es una agradable sorpresa. El peso del día se acumula en los pies, y los dos viajeros deciden descalzarse.

Aumenta el traqueteo del tren, el vagón se mueve de un lado a otro. Se intensifica, pues, el roce de piernas y pies, enroscándose los dedos del pie de uno a los del pie de la otra, como serpientes diminutas. A intervalos, participan también las rodillas y las caderas. A medida que se intensifica el traqueteo del tren, aumenta el roce de los cuerpos, al principio unos pequeños golpecitos, después ya con más intensidad, entrechocando sin disimulo, con descaro. Todo va sucediendo como si fuera ya una relación amorosa, imprevista, pero necesaria, dadas las circunstancias de movimiento: un noviazgo, un primer amor entre los dedos de cuatro pies, en el vagón vacío de un tren.

El tiempo pasa muy deprisa, al ritmo endiablado de un deseo que se va cumpliendo, mientras el ferrocarril sigue con su propia velocidad y ya se aproxima a la próxima estación, que es el destino de los dos viajeros. Comienza la despedida. Los dedos de un pie se separan de los del otro pie, y se contraen, tristes. Se calzan, se levantan y bajan del tren.

Así termina aquella breve historia romántica. Aquel noviazgo de los dedos de unos pies. queda interrumpido, como abandonado entre las vías de la estación del tren. Ésta era la primera vez que se relacionaban así, y no sabemos si tendrán otra ocasión parecida: el vagón vacío, los pies descalzos, el traqueteo oportuno del tren, el vaivén de los cuerpos en unos asientos angostos. Un futuro muy incierto, neblinoso, como el de esos enamorados que tardan en recuperarse de un primer amor. Demasiado joven, demasiado exigente, un primer amor puede matarte si tardas más de la cuenta en levantarte. Pero lo mismo puede acontecer en la historia de un escarceo como este que narramos, semejante a un amor desesperado que cae a las vías del tren.

Inacabado como un primer amor, así termina el noviazgo de los dedos de unos pies que no han dispuesto del tiempo suficiente; que han llegado a su destino antes de lo previsto, rozándose aún, y que han debido calzarse a toda prisa para bajar del tren. Por eso dice una leyenda que los dedos de los pies son tan sensibles a los primeros y últimos amoríos. Como el último amor de este cuento, un amor interrumpido por el final de trayecto, por el destino, que puede ser letal como en un primer amor.

Otra leyenda falsa, dirán muchos, los más vivos, pues lo hasta aquí narrado no es más que un truco, una pareja de oficinistas que aprovechan la ocasión, en un vagón vacío de tren, para darse un buen achuchón antes de llegar a casa y cenar con sus respectivas familias.