Sé que podría hacer otras cosas para arrimar el ascua del amor estándar, el encendido, a mi sardina, pero se le anquilosan a este pez las expectativas, en incluso las intenciones. He tenido bastante con los repentes, de fervor a primera vista o de indiferencia hasta la ignición, acaecidos hasta la fecha. Me basta el rescoldo, la gema de las brasas, la sideral cuneta.
No renuncio a la pretensión de hallar solaz en el desierto y, en paralelo, mantener, como haces de leña afectiva en previsión del invierno, una cohorte de Valentines afines, amables y amados, que bien arden a lo lejos, que se acercan, elípticos, cada tanto.
Disfrutamos del aleteo intermitente, que aviva lo tibio, y del encuentro. Les oculto la fuerza de la gravedad, la de su valor, para mí, desorbitado y, así, se me convierten, y ellos sin saberlo, en preciosos satélites, por fortuna excéntricos, que convoco tocando la tecla de lo bonito que fue, de la indefinición, del equívoco, de lo truncado. Seguiré girando.