El museo de las mariposas

Entre líneas

 

 

La mañana ha amanecido en silencio. Poco a poco un tono rosado ha cubierto el cielo, mientras por la radio una voz  hablaba de mariposas y de su proceso de extinción.

Tal vez a las mariposas les afecte tanto la extinción como a nosotros la inestabilidad de las palabras. Nadie hubiera imaginado que las palabras pudieran desaparecer de nuestro lenguaje y que deberíamos custodiarlas.

Recuerdo el primer día que reparaste en ello. Decías que cuando hablábamos casi no me entendías. Tampoco mis frases evocaban nada que conocieras y, solo a veces, su sonido te recordaba al lenguaje que habíamos utilizado.

Fue entonces cuando me regalaste la única palabra que todavía lograbas recordar.

Desde aquel momento todo ha evolucionado mucho: ya no hay periódicos ni  magazines, y nadie escribe cuentos ni novelas, ya que nadie recuerda las palabras que se usaban antaño.

En las calles resuena música, canciones con sonidos inconexos y ritmos muy antiguos, como si siempre se escuchara el compás de un tambor lejano.

Esta mañana, muy temprano, han llamado a la puerta. Era el recolector de palabras; iba llamando puerta por puerta y cada cual le confiaba  una palabra; él la grababa en su viejo magnetofón y registraba su sonido para siempre.

Al abrirle la puerta y verlo tan equipado, me han venido a la cabeza esos tableros repletos de mariposas de distintas especies, atravesadas todas por un fino alfiler y que yacen olvidadas en algún desván.

Cuando  me ha pedido cuál era mi palabra me ha desarmado, no lograba recordarla y he sucumbido a los nervios. Sabes bien que esto puede tener graves consecuencias para mí, ha sido por eso, solo por eso, por lo que he sido capaz de ofrecer tu palabra, la única que todavía recuerdas y que el otro día  me confiaste.

Desde entonces vamos errando por el mundo sin  palabras, ya no discutimos, estamos de acuerdo en todo y, si no lo estamos, con alejarse basta.

Imagen de Chema Madoz