El muro se humaniza

Crónicas mínimas


Otras veces he hablado aquí del camino de Can Aymerich, que lleva al colegio de Lúa y Kalita, donde hay un muro, inquietante, como lo son todos, ya que siempre sirven para separar, física o mentalmente. Tal como nos explican algunos filósofos, el muro simboliza los obstáculos que encontramos en el camino de la verdad y el conocimiento.

Sin embargo, este tiene la particularidad de que cambia de aspecto varias veces al año, pues una hermosa hiedra lo cubre totalmente, podría decirse que lo humaniza e incluso, hay temporadas en las que le añade belleza. Nada que ver con los tétricos muros que separan países y mucho menos con el famoso Muro de Berlín de tan triste recuerdo.

Nuestro muro es otra cosa y a principios de diciembre como estamos ahora, la hiedra muta porque es un ser vivo y autosuficiente. Una pregunta retórica: ¿nos gusta el otoño? Por supuesto, pero no a todo el mundo. Con esta estación no hay unanimidad, algo que suele ocurrir con la primavera, que se lleva todos los elogios y ha sido cantada durante siglos.

Como está llegando una época en que los días se van haciendo más cortos, la producción de clorofila se reduce en las plantas y surgen otros pigmentos diferentes al verde: son los carotenoides, tan necesarios para capturar la luz menguante y que dan a las hojas un color amarillento para un aprovechamiento óptimo.

En otros tipos de árboles, las hojas se vuelven rojas o púrpura, debido a la antocianina, por eso recuerdo con melancolía a Japón, donde cada cambio de estación es una fiesta y en este caso es la celebración momijigari (caza de hojas otoñales) que para el budismo es un periodo espiritualmente importante, porque evoca lo efímero de la vida. Las primeras manifestaciones de esta fiesta en la historia las encontramos en el Manyooshuu (Colección de las diez mil hojas), es el waka, que quiere decir literalmente «poema japonés» y es la primera gran antología de poesía japonesa de más relevancia histórica, pues se diferencia de la poesía kanji (poemas chinos). Reúne unos cuatro mil quinientos poemas escritos entre los siglos VII y VIII, durante el Nara-jidai (periodo Nara), entre los que predominan los tankas.

En esta época, los arces y sobre todo los ginkgos biloba tiñen los bosques y los parques de tonos espectaculares, arrebatadoramente bellos, es el llamado koyo o momjii, en tránsito hacia los grises que llegarán al final de otoño, que también emocionarán, porque es lo que tienen las estaciones, siempre habrá alguien que las ame, porque le recuerdan lo que un día amó en ellas.

He vuelto al colegio a las cinco de la tarde para recoger a las niñas, cuando la luz palidece, porque se acerca el invierno. Pronto, el muro, se quedará sin hojas que lo amparen y mostrará su faz envejecida.