El instante nirvana de una apaleada

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

 

Sara va en La hija de un ladrón como con un motorcito al máximo de revoluciones todo el rato.

Media película se la pasa acarreando su bebé o haciendo y deshaciendo para colocarlo un rato con alguien, pudiendo entonces ella trabajar o hacer una gestión… Y si su bebé fuera poco, ahí está su hermano pequeño para complicarle aún más la vida, por mucho que él sea el asidero en el que piensa para formar algo similar a una familia.

Para que seamos conscientes de todos los obstáculos que se le presentan para conseguir sus objetivos, Belén Funes nos presenta a Sara intentando encajar el cochecito en un ascensor, dando un rodeo para evitar unas escaleras, atravesando puentes sobre autovías… Como en las películas de los Dardenne, estos laboriosos recorridos son básicos para hacernos entrar y comprender una situación.

Para hacérnosla notar aún más aislada —ella contra todo— de lo que ya está, en la película le han colocado a Sara en una oreja un pequeño audífono. Una barrera más, a la que ella no parece dar mayor importancia. Tampoco se nos dice cuándo ni dónde nació su sordera y la sospecha de una posible paliza en algún momento de rebeldía cobra fuerza.

El padre de Sara, la pieza volante que, de forma aparentemente involuntaria, queriendo lo contrario, lo va enredando todo, no da la impresión de haber sido el autor de ese eventual bofetón que puede haber dejado sin apenas audición a Sara. Un bofetón implicaría una atención y preocupación grande por su hija y él lo que hace una y otra vez es desentenderse, huir a eso suyo nunca muy bien definido, más allá de ciertos trapicheos.

Pero hay un momento preciso de la trama en el que Sara cree haber cambiado de la noche al día su negro panorama. Habla con su padre y este, con toda naturalidad, al despedirse le responde que claro, que la llamará para saber de ella. Un rastro de felicidad, el de saber que habrá alguien que pregunte y se interese por ella, cruza el rostro de Sara, quien esa noche se va a dormir con una inesperada sensación de plenitud.

Fue un espejismo, claro. Y Sara sigue y va a seguir, por los siglos de los siglos, en su desamparo.