El impostor literario 

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El impostor es un suplantador de identidades, atractivo por su autoconfianza sobre lo que hace y dice y por el dominio de la imagen que quiere transmitir a los demás. Por eso se ha convertido en personaje (Danny Cartwright, Enric Marco Batlle) de novelas como
El impostor, de Jeffrey Archer y Javier Cercas respectivamente, y de películas (Frédéric Bourdin) como The imposter, de Bart Layton. 

Además de estos impostores, también existen de otro tipo: los de índole literaria. En una parada de libros de segunda mano adquirí Cómo dárselas de experto en literatura (1988), del británico Michael Kerrigan, porque me sedujo su contraportada: “Guías del enterado. Los secretos, las manías, la jerga, los datos básicos… Todo lo que un buen impostor necesita para dárselas de experto, y quedarse con todos, sin saber una sola palabra sobre marketing, sexo, literatura… El caso es no quedarse callado.”  

Michael Kerrigan nos explica en su libro lo que debe saber un buen impostor de literatura para no quedarse callado —llámese artista torturado, esteta exquisito, literato premiado, aspirante a literato, intelectual europeo o americano, etc.—, salir airoso en cualquier debate y quedarse con todos.  

Para que un impostor literario pueda dárselas de experto, el británico ofrece datos imprescindibles sobre autores y obras de las literaturas inglesa, francesa, española, alemana, italiana, rusa y, fuera del continente europeo, de las literaturas norteamericana y sudamericana. Como es difícil haber leído toda la producción literaria universal en sus respectivas lenguas, un buen impostor literario debe saber también cuatro cosas sobre traducciones, como arremeter contra los traductores por cometer asesinatos con obras que resultan ilegibles; criticar a los editores por pagar miserablemente a los traductores; achacar a la edición que se haya leído cualquier error en el título del libro y atribuir a la obra unos valores que en la versión traducida no se perciben por ninguna parte. 

Un impostor literario debe saber algo, también, de críticos literarios. Kerrigan distingue entre los críticos prácticos y los teóricos. Los prácticos son los gacetilleros periodísticos que informan al gran público de la última novedad literaria. Este tipo de crítico cayó en el descrédito al aparecer el crítico teórico. Kerrigan cita algunos eminentes teóricos, desde el estructuralismo hasta la teoría de la intertextualidad y la teoría de la estética del receptor (Saussure, Sartre, Lukács, Lévi-Strauss, Barthes, Lacan, Foucault, Althusser, Derrida…) y concluye: unos dieron vueltas alrededor del lenguaje, otros reflexionaron sobre lo que es y no es literatura, pero continuamos sin saber qué es la literatura o por qué es buena o mala una obra literaria. 

El libro de Kerrigan es de lectura amena, sarcástico, y muestra un buen conocimiento del mundo literario y de la impostura en el siglo XX. Por eso me ha sorprendido la ausencia de referencias a algunos extraordinarios impostores literarios del siglo pasado.  Me ha extrañado, por ejemplo, que, al referirse a las obras de Thomas Mann, se olvidase de citar su última novela inconclusa: Confesiones del estafador Félix Krull, en la que Mann reflexionó sobre la impostura y la creación artística a través de Félix Krull, un social climber, un personaje con grandes habilidades para el disimulo y el camuflaje, a través del cual el escritor alemán distingue entre el impostor de profesión y el que hace de la impostura una vocación artística, un acto de grandeza, o, dicho en palabras del mismo Krull: 

Según mi teoría, todo engaño en el que no subyace alguna forma de verdad superior y que, por lo tanto, no es más que una pura mentira resultará burdo, imperfecto y fácil de detectar por cualquiera. Sólo tiene posibilidades de éxito y de verdadera repercusión aquel engaño que ni siquiera merece el nombre de engaño, sino que es, en el fondo, la presentación de una verdad, una verdad que vive pero todavía no ha entrado del todo en el terreno de lo real, con aquellas características materiales necesarias para ser reconocida y apreciada como tal por el mundo.

Félix Krull es, expressis verbis, el teórico y el artista de la impostura verdaderamente sublime, es el que con sus trampas, robos, estafas e imposturas convierte su vida en una obra de arte.