El Grand-Guignol es la cara más sangrienta de la escena melodramática. Con el paso del tiempo, esta denominación quedará para siempre ligada a un espectáculo sinónimo de terror, truculencia y exceso teatral.
En París, hacia 1896 se cierra el Théâtre Libre que André Antoine había inaugurado con un repertorio exclusivo de sus obras. Será Oscar Mèténier quien lo reabriese entre 1897 y 1899 con un nuevo nombre: Théâtre du Grand-Guignol y que también dio nombre al género. El edificio era un antiguo convento del siglo XVIII reconvertido que proporcionaba un excelente ambiente para el tipo de espectáculo que se pretendía dar.
Se representaban hasta ocho obras en una sola noche. El paso de la comedia al drama hasta llegar al horror, se hacía con una única intención, según su director, y era la de conseguir sacudir los corazones de los espectadores. El género se acuñó con el adjetivo de «grandguignolesco». Se trataba de un espectáculo donde sólo se representaban piezas cortas. La farsa erótica se alternaba con escenas de risa y terror. Los autores, a la hora de escribir los argumentos, no dudaban en saltarse las normas morales preestablecidas para impactar al espectador con personajes depravados con el objetivo de no dejarles indiferentes, emocionalmente hablando.
A partir de 1899 el edificio pasó a manos de Max Maurey quien creó una compañía propia vinculada al teatro. En primer lugar, reajustó el número de representaciones diarias, así que pasaron de ser ocho a sólo cuatro o cinco al día. Se enmarcaron en cinco subgéneros: el gran drama, el pequeño drama, el telonero, dos comedias y un vodevil. Sobre todo, se potenciaron los elementos terroríficos con el fin de atraer al público más por la morbosidad que por la calidad. Los espectáculos acopiaban violaciones, mutilaciones, torturas y asesinatos, en definitiva, se trataba de representar espectáculos sanguinolentos y brutales.
Fueron tantas las obras que se llevaron a la escena durante la vida del Théâtre du Grand-Guignol que resultaría imposible reproducir todos los títulos programados a lo largo de esos años. Por indicar algunos de los más destacados están La Brême, moeurs populaires y Lui! (1897), ambas escritas por Oscar Méténier, con las que se inició el Théâtre du Grand-Guignol bajo su dirección. Pero si hubo un autor prolífico dentro de este género ese fue André de Lorde. Entre las obras más populares destaca Au teléphone (1901) basada en una obra de Foley donde se reflejaba el terror y la angustia de un hombre que asistía al asesinato de su familia a través del teléfono.
Asentado el género en ese teatro, será el dramaturgo Henri René Lenormand quien en 1905 escribiera numerosas obras de este género y con las que consiguió un gran éxito, en especial con La folie blanche que dirigió por Max Maurey. Si por algo se caracterizaron sus piezas granguiñolescas fue por el exceso de golpes de efecto inesperados, que más de una vez rozaban la petulancia escénica hasta hacerle caer en lo sórdido, según los críticos del momento.
Este tipo de obras destacaban por una excesiva y desmedida dramatización de las situaciones. Algunas veces rozan la patología, lo que le procuró el calificativo de ser un teatro con una estética de la crueldad. Los textos se complementaron con accesorios tétricos con el fin de buscar los efectos seguros de espanto en el público: huesos, féretros, empalamientos, hierros candentes, horcas, garrotes y guillotinas, eran lo habitual en la escena. Su misión consistía en provocar un estremecimiento en la espina dorsal del espectador. Y no sólo con los efectos visuales, sino que la atmósfera, de misterio y de pavor, también se debía intensificar con la música que ambientaba los espectáculos.
El repertorio del Grand-Guignol buscaba una emoción intelectual en el espectador, a ser posible crearle un espanto, con cierta veracidad, que recorriese todas las emociones posibles desde el terror y la angustia hasta la risa y así finalizar con lo grotesco y lo obsceno. Los argumentos se tomaban de las propias noticias publicadas en la prensa, lo que provocaba mayor cercanía entre el relato y el público. También tenían referentes literarios y, en especial, las obras de Edgar A. Poe y Guy de Maupassant.
El teatro Grand-Guignol creó su propio público y eso provocó que el género perdurase durante varias décadas. En 1914, Max Maurey abandonó la dirección del teatro y fue relevado por Camille Choisy que se mantuvo hasta 1928. Durante los siguientes diez años fue Jack Jouvin quien se encargó de la dirección de este tipo de espectáculos. Desde 1939 y hasta 1952, a pesar de la situación bélica que se vivía en Europa, el teatro continuó funcionando, pero esta vez bajo la dirección de Eva Berkson. Los últimos diez años de vida del local con este género tuvo tres directores: Marcel Maurey durante los años 1952 y 1953; Raymonde Machard entre 1954 y 1960 y hasta 1962 cuando éste desapareció con Charles Nonon.
A lo largo de la trayectoria de este tipo de espectáculo la compañía formada salió de gira por ciudades como Roma, en 1908, Londres, en 1913, Montreal y Nueva York, en 1923, pero no llegaron a conseguir el impacto que imaginaron.
El éxito de este género le llevó a tener una sede fuera de París, en concreto en el teatro de Sybil Thorndike de Londres. Sus fundadores fueron la actriz Sybil Thorndike y su hermano Russell. En los espectáculos que presentaron no sólo se dedicaron a escenificar este tipo de obras, sino que, a partir de 1920, también filmaron cortos de una sola bobina del mismo género protagonizados por ellos mismos. El teatro sólo permaneció abierto hasta 1923 y consiguió escasa repercusión en el panorama teatral. La peculiaridad de este teatro estriba en que combinó la escena con la filmación.
El salto del guiñol al cine fue casi parejo con el teatro hasta el punto de tomar sus argumentos de las obras que se estrenaban. Se podrían citar muchos títulos de obras llevadas directamente de la escena granguiñolesca a la pantalla, pero baste con el más notable director que fue Victorin Jasset, quien dirigió varias obras granguiñolescas escritas por André de Lorde en 1911; entre los títulos más destacados se encuentran: La justice du mort; Le cabinet d’affairs; Une nuit d’épouvante y Fumeur d’opium entre otras.
Por supuesto que el género también llegó a España y, sobre todo, tuvo éxito en salones particulares y en teatros especializados en piezas de pocos actos. La brevedad de las obras provocó la convivencia, dentro de una misma programación, de estas con otros géneros y la mezcla entre ellos, lo que dio lugar a los llamados «sicalípticos», es decir, una mezcla de farsas eróticas grand-guignolescas traducidas o adaptadas donde se combinaban las obras de terror junto con los melodramas policiales. El género también caló en los gustos del público español que acudió en masa a los teatros para sentir emociones impactantes y que buscaba salir impresionado de los espectáculos. El guiñol y los melodramas se entroncaban en la violencia de las escenas con el fin de provocar la sorpresa del espectador pasivo ante lo representado.
A pesar de todas las dificultades que sufrió el género en las primeras décadas del siglo XX, ganó suficientes adeptos como para proseguir en escena.