El detective del amor

Perplejos en la ciudad

 

El artista es un gran informante: por debajo  hay un cotilla y por arriba, un sabio… Da cobijo y nombre a lo particular escurridizo.

 Iris Murdoch, El fuego y el sol

 

Repartía tarjetas en las que figuraba su nombre, como es habitual, pero debajo, en lugar de hacer constar un título o  su profesión, había una frase que remitía al dorso de la tarjeta: “Para más datos, lea el poema al dorso”.

El poema impreso —una elegía de doce versos a un primer amor fracasado— informaba en los últimos cuatro versos de que su autor, el mismo titular de la tarjeta, era detective, pero no un detective al uso, convencional, sino un “detective del amor, detective-poeta especializado en casos de malos amantes y noviazgos frustrados”.

Para adquirir experiencia, cuenta el detective-poeta, solía frecuentar parques y jardines en busca de parejas que se besaran o hicieran el amor allí mismo, al aire libre. Con el tiempo y mucha paciencia, fue distinguiendo a los malos amantes de los buenos: por la postura de los dos cuerpos y la manera de besarse en un banco público o parterre. Sobre todo, en situaciones más aleccionadoras y estimulantes, por ejemplo, haciendo el amor a la sombra de un árbol, o dentro de un matorral, con la ropa a medio bajar. De tal modo que, por los gestos y la reacción de cada miembro (aquí, no léase miembro en strictu sensu generativo) de la pareja amante, además de los gritos y susurros, podía deducirse, con una alta probabilidad de acierto, qué pareja acabaría mal, en noviazgo frustrado.

¿Cuál era, pues, su misión, su trabajo de detective, cuando era contratado para evitar tal desastre amoroso? Principalmente, consistía en investigar a fondo todos los incidentes de las acciones amorosas en cuestión, in situ y en caliente, de la pareja, con total reserva, sin entorpecer el deseo apasionado, ni menoscabar la insuficiente o falsa satisfacción final de ambos. Es decir, debía estar a su lado en los momentos más íntimos y difíciles, de mayor actividad fogosa, y observar cómo se besaban, cómo se tocaban, cómo y por dónde se penetraban: no era lo mismo follar por delante, en un parterre, sin apenas cobertura vegetal, que hacerlo por detrás, pero al abrigo de un matorral frondoso, argumentaba. Hablando sin remilgos: no era lo mismo hacerlo cara a  cara en un parterre, que montárselo dentro de un matorral.

Es en el segundo caso, el del matorral, donde había más riesgo de desastre, pese a tener el escondrijo adecuado. Por ello, cremas suavizantes, vaselina por un tubo, era la técnica a aplicar y que muchos desconocían. A tal efecto, les mostraba, al final del acto, un catálogo de lo más variado, con potingues y tubos diseñados con formas eróticas, de fabricación propia (los elaboraba en su propia casa, con un socio de confianza).

Productos seguros y económicos, fabricados con precisión y pulcritud, calculando al máximo el diseño (suavidad aromatizada, forma, peso y tamaño idóneos), haciendo constar las indicaciones necesarias para el buen uso de los mismos: cantidad necesaria a emplear,  loción delicada, etc.

En caso de poco esmero y mala práctica, era deber del detective-poeta avisar a las parejas del mal futuro que les esperaba como amantes, y  sabía de lo que hablaba por experiencia propia, añadía para defender mejor el producto.

Cuentan algunos que empezó a dedicarse a cosas del amor a partir de unas malas experiencias que tuvo en la oficina donde trabajaba, en concreto en el interior de un archivo, angosto, mal iluminado por una vieja bombilla colgada del techo. Unas malas experiencias que acabaron llevándolo al hospital, causando baja laboral una larga temporada por graves trastornos psico-somáticos, según el diagnóstico. (No citaremos aquí sus otras experiencias, las de su vida privada, esas calamidades sentimentales y amatorias que aún divulgan sus ex novias y algunos ex compañeros de trabajo).

Hasta que un día, ya dado de alta por la Mutua de San Lorenzo, dejó aquella empresa y su archivo endemoniado, aquel cuartucho estrecho y con poca luz, inductor de  escarceos y tocamientos de poca monta, cueva de murmuraciones obscenas, la mayoría falsas. Fue de este modo que dio un giro tremendo en su vida, profesionalizándose como detective en asuntos amorosos, en cosas del querer y del mal querer. Como “detective-poeta del amor”, como anunciaba en sus tarjetas.