El cine me apartó del delito

Los lunes, día del espectador

Gary Cooper y Gene Kelly en un fotograma de Solo ante el peligro (1952), de Fred Zinneman.


PREFACIO. Todo lo que van a leer es verdad, salvo algunas cosas que no lo son; o quizás todo sea mentira, excepto lo que no lo sea.

PRÓLOGO: Quien no pertenezca a la cultura analógica puede no saber de qué estoy hablando.

Todo empezó en un bar de treinta metros cuadrados situado frente a mi colegio. Instalaron una máquina llamada Pacman bautizada castizamente como Comecocos. Para niños-adolescentes de once años aquello fue un descubrimiento que, por fin, nos hacía eliminar la imaginación de nuestra cabeza y los juegos se convertían en una mezcla de realidad y destreza. Toda novedad puede ser abrazada o despreciada. Ésta la abrazamos con pasión desmedida, pero con un impedimento notable: cada partida costaba 25 pesetas y, para alcanzar cierta destreza y que la partida durara, había que emplear muchas monedas de 25. Además, el capitalismo no se conforma con exprimir poco a poco un solo descubrimiento; cada bar de nuestro entorno más cercano colocó su propia máquina de juegos al lado de la tragaperras, pero diferente. El Defender, las Moscas, el Donkey Monkey… Cada amigo tenía su preferida, y la propina semanal de 100 pesetas no daba para mucho. Aquí empezó a asomar la dependencia del drogadicto y la imposibilidad de generar ingresos salvo el recurso de la delincuencia para conseguirlos extra.

No tenía la suerte de mi mejor amigo, que además era generoso porque disparaba con pólvora ajena. Su padre regentaba un bar y tenía acceso, él y sus hermanos mayores, a la caja (no es de extrañar que el bar no durara mucho, porque la facilidad del dinero se extendía a la facilidad de las bebidas gratis), así que todas las tardes aparecía con 100 o 200 pesetas en monedas de 25 que nos daban para un buen rato. Otros empleaban métodos más sofisticados, pero más peligrosos, como recibir un bofetón o una colleja a traición del hostelero. Los había que con un hilo y una moneda de 25 agujereada jugaban sin límite sacando una y otra vez del cajetín la moneda, una vez conseguido el contacto que daba un crédito. Otros jugaban a la ruleta con un magiclick: ¿alguien recuerda ese mechero eléctrico que encendía los fuegos de gas de la cocina?, pues colocado en la ranura de las monedas el chispazo generaba un descontrol en la máquina que lo mismo te daba una partida (eso estaba seguro) como de repente te aparecían 130 partidas para consumir. También se podía producir el apagón en la máquina, o peor aún, en el bar, y ahí tocaba salir corriendo a toda pastilla (no olvide el lector que todavía existían los plomos y cómo saltaban a la menor incidencia achicharrados).

Lo mío era más modesto y pacato: pequeñas sisas de monedas de 25 cuando iba a recoger recados o el libro que costaba 200 pesetas pasaba a costar 250… Nada muy grave hasta que el demonio se puso a tiro en forma de billete de 500, dejado por ahí por alguno de mis abuelos y que estuvo sin reclamarse durante toda una tarde y una mañana. La tentación fue irresistible y terminó cambiado en monedas de 25 en un salón de juegos alejado de mi casa para evitar las pistas cercanas. Cuando mi abuela echó en falta el billete el interrogatorio fue rápido y concluyente, porque a una abuela se la puede engañar, pero a una madre no. Me tocó ir a Correos, donde tenía mi cartilla de ahorros, y sacar un billete de 500 pesetas de ventanilla para subsanar el error delincuencial, y eso que me había costado agenciarme aquel billete en el que la mirada de mosén Verdaguer parecía condenarme al infierno sin juicio ni defensa. Aunque la devolución lo fue en uno de los nuevos billetes con la Pardo Bazán (a la que mi abuela se daba un aire) que parecía darme la absolución plenaria.

¿Y qué pasó? Que se me prohibió todo contacto con bares y máquinas de juegos y tuve que buscarme otra afición. Ya había empezado a leer de todo, pero me dio por probar con esto del cine, y hasta ahora. Probablemente esta afición me ha costado mucho más cara que haber seguido metiendo monedas de 25 pesetas por la ranura de las máquinas (¿seguirán existiendo aquellos salones de videojuegos herederos de los billares?, ¿cuánto valdrá ahora una partida, 1 o 2 euros?). Pero creo que para mi espíritu ha sido más beneficioso el cambio. Ahora bien, recuerdo cuál fue esa primera película que comenzó mi periodo de rehabilitación y alejamiento del mal camino: Sólo ante el peligro, de Fred Zinemann. También es casualidad huir del delito encontrándote de frente con un sheriff a las primeras de cambio. Sí capté el sentido general de la película, aunque no sabía nada de la caza de brujas en aquel entonces, pero a mí la historia de ese sheriff empecinado en cumplir con su deber, aunque le costara la vida me daba un poco igual, a mí lo que me maravilló fue ver en la pantalla del cine Don Sancho de Palencia, una pantalla de esas de las de antes, con un cine de los de antes, con platea y anfiteatro, a una rubia espléndida e inaccesible cuyo nombre ni conocía. Luego la he visto mucho más espléndida y exuberante que esa vez en mejores películas de Don Alfredo, o puede que mi mente ya no fuera tan infantil como entonces, pero así empezó todo lo mío con el cine, con un videojuego, un billete de Mosén Verdaguer y Grace Kelly.