Se cuenta que ya en su juventud, el viejo trovador hizo un pacto misterioso de soledad con el diablo (nadie supo nunca el contenido de ese pacto, a diferencia del que hubo entre Fausto y Mefistófeles).
Se sabe, de todos modos, que tal pacto le obligaba a vivir solo y a enamorarse en soledad.
De naturaleza romántica y enamoradiza (lo que podríamos denominar un enamorado efímero), y habiendo trabajado en distintas oficinas a lo largo de su vida solitaria, acabó siendo su destino fatal padecer una obsesión amorosa tras otra. Con los correspondientes deseos fugaces que intentaba satisfacer, al principio, como podía y tenía más a mano.
Con el tiempo, sin embargo, fue adquiriendo una técnica amorosa que le permitía seguir adelante con los enamoramientos efímeros, fugaces, sin gran perjuicio, ni mental ni físico. Era cuestión solo de saber trabajar la imaginación con fantasías bien elaboradas en los detalles y perfectamente encajadas, creando en definitiva un conjunto amoroso que funcionara a plena satisfacción.
Había semanas en que se enamoraba una o dos veces. No perdía el tiempo, sin embargo. Mediante la observación perspicaz hacía el mayor acopio posible de detalles de la nueva amada, para hacer el amor cuanto antes al llegar a la soledad de su casa.
Al día siguiente, al encontrarse con la persona que había estado desnuda con él, esta no advertía nada extraño en el rubor que expresaba él con una sonrisa esquiva, tímida, evitando una sonrisa placentera que pudiera hacer sospechar e incluso descubrir su técnica amorosa. Como le ocurrió un día, cuando una de las amadas, que era muy irónica, le preguntó que aquella mañana parecía que iba a trabajar con una cara muy risueña, como si por la noche hubiera tenido malos pensamientos, de esos un tanto indecorosos, indecentes. Desde aquel día, vigiló mucho mejor las reacciones en la oficina después de una noche amorosa.
Más adelante, el viejo poeta, cuando ya le sobraba experiencia técnica, comenzó a simplificar la acción amorosa furtiva, solitaria, reuniendo varios enamoramientos en una sola fantasía, de modo que el ahorro de energía imaginativa y física redundaba en una economía amorosa, menos personal, pero más sostenible. Ya no era esta o aquella, este o aquel, sino un conjunto de cuerpos (sus noches amorosas, en principio, no tenían límite de género, aunque al parecer trabajaba mejor con los detalles femeninos para fusionarlos y reconstruir de una manera más fidedigna el conjunto final, el conjunto deseado).