Don Rufino Aznalcóllar Pérez-Pérez es presidente vitalicio, si no media la desgracia, de la asociación «De Roncesvalles a Granada». Las rimas le agradan y, por un pareado agudo, mataría. A don Rufino le suben cada mañana a su habitación tres periódicos de todas las tendencias: de la extrema izquierda a la extrema derecha. Es bueno, solemniza, oír todas las opiniones para poder acomodar una propia. El Mundo, Abc y La Razón ocupan sus enjundiosas mañanas.
Pero los domingos para Don Rufino son otra cosa. Con su permanente esposa, Doña María de las Tres Caídas Rabelais Petrichol, vizcondesa suplente de Riobamba, enfila el camino del aperitivo en el Wellington. La vizcondesa suplente se ausenta para ir al baño y reaparecer junto a don Rufino puntualmente a las dos. El matrimonio se niega a utilizar lo de las 14h (cosas que trajo Eisenhower).
Don Rufino, entretanto ha dado cuenta de un bloody Mary y unas aceitunas con hueso que escupe con refinada pulcritud en un recipiente adecuado. Alguna vez, los señores se lo pueden permitir, deja caer el hueso en los pliegues del sillón.
De vez en cuando su mirada se pierde y su mente viaja a su imponente juventud. Algún recuerdo erótico le turbaría por no ser la impertinencia del Sicut Transit Mundi. Ha ido, no obstante, adquiriendo una profesional técnica para no soslayar culo que se le cruza.
A Don Rufino le visten los domingos con un blazer perfecto y reglamentario: pantalón beige, chaqueta azul, camisa blanco roto, nudo corbata Chamberlain, botonadura dorada con el relieve de una ninfa. Donde Don Rufino se desmadra con los calcetines: amarillo Oriol Bohigas. En la solapa, el escudo del Rayo Vallecano (un prurito populista le hace gracia). Pañuelo chulapón en el bolsillo superior con la firma bordada de Fernanda Rudi.
Lo único que atemoriza a Don Rufino es que le sepulten vivo. Ha habido casos.
(Fotografía subrepticia del autor)