Señoras y señores, también hay libros desahuciados y arrojados a la calle.
Primero abandonamos perros y gatos; luego desahuciamos personas; y ahora, también libros.
Festejamos los libros a bombo y platillo, anunciamos fusiones de editoriales, compraventa y fichajes de autores, como si fueran futbolistas. Y todo para acabar después en la calle: libros desahuciados, abandonados, arrojados a las papeleras y contenedores, compartiendo destino con botellas vacías de agua y aceite, latas de cerveza, cartones de sangría Don Simón y otros desechos de la vida moderna.
Palabras manchadas de aceite en las papeleras, como un libro que me encontré en un rincón de la calle Robador, en el Raval de Barcelona. Calle famosa, no por los libros, sino por la tradicional prostitución callejera en los años cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, hasta hoy mismo (aunque menos, gracias a la Filmoteca Nacional). Con prostitutas nacionales e internacionales llegadas de todas partes, no con un libro en la mano, sino con una mano delante y otra detrás, “mujeres de la vida conocidas de toda la vida”, como apuntaban los vecinos del barrio repitiendo la palabra “vida” dos veces. Quizá rememorando dos películas: El árbol de la vida, con Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, e Imitación a la vida, con Lana Turner y John Gavin, que habían visto un fin de semana en los cines Diana, Argentina, Español o Arnau.
Pero, excusando la digresión y volviendo al relato, ¿qué libro me encontré en un rincón de la calle del pecado? Pues, señoras y señores, era uno de don Marcelino Menéndez Pelayo: el primer volumen de su Historia de los heterodoxos españoles, editado por BAC (Biblioteca de autores cristianos), en que habla de Arnau de Vilanova, Ramon Llull y Miguel Servet, entre otros heterodoxos y herejes hispanos. Lo sagrado y lo profano, unidos por la calle Robador.
Literatura, herejía y prostitución, como en una novela de Jean Genet, otro residente en las cloacas del barrio en los años 30 del siglo pasado.
Muchas gracias, señoras y señores, por su atención.