De viaje

M de Mirinda

Murales pintados en la piel exterior de las plazas de toros. Parkings municipales de dimensiones herrerianas. Morcillas de escándalo sazonadas con salero por la madre del campeón del mundo de cría de pastores alemanes. Piedras de rio que forman cenefas de cruces y proto flores en la calzada, algunas de ellas pintadas de amarillo-centro-de-margarita, y con ojitos, para indicarte cómo llegar a la estatua sedente de Zorrilla y al Ayuntamiento. Ráfagas de viento ultra breves, y tan frías, que te hacen lanzar exclamaciones propias de una soprano con coloratura. Soportales colonizados por brillantes vendedoras de conejos decorativos, hechos de musgo; de collares innecesarios y otros artículos-cebo para visitantes de un día, amantes de mollejas y lechazos de oveja churra. Turismo pequeño, turismo de A1, turismo de gasolinera CEPSA y Booking. El cielo de desdibuja al bajar sobre el Arlanza, avellanados sus tonos y rebosante su cauce. Y hay un recto caminito blanco que arranca en el molino para perderse en una curva minúscula, como la cola de ese gato escondido entre la maleza, a los pies de la Colegiata de San Pedro. Ahora, chispea, me refugio en un lugar llamado Galoria. Sueño. Seguiré contando.



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