En mi pequeño pueblo turolense conviven apenas 30 personas en invierno, pero si durante una semana un vecino «habitual» no da señales de vida no llega el octavo día sin que vayan a su casa o (si la nieve lo impide) lo llamen por teléfono.
En mi ciudad catalana «coexistimos», apenas, 1.652.000 cuerpos. Si alguno tarda cincuenta años en dar señales de vida, ni uno solo de los circundantes consagra (a su ausencia «momentánea») un parpadeo.
Mi pueblo turolense está despoblado. Nadie diría eso de «mi» Barcelona ante la saturación (en hora punta) de una ronda circunvalatoria, ante el colapso del metro.
Mi pueblo turolense tiene una plaza y en la plaza, un banco. De piedra. De cemento.
Un banco sin mendigos. En él, solo dormita el Tiempo.
Mi ciudad, demasiadas plazas. Y miles de mendigos dentro de un cajero.
¿Población, despoblación?
Solo en la multitud el desierto es desierto.