Cuento kafkiano

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100 aniversario de la muerte de Franz Kafka (1883-1924)

El joven Héctor Silveira fue un sábado noche a la fiesta del Fórum y bebió cubatas hasta que su cabeza empezó a darle vueltas como si una rueda de piedra triturara sus neuronas. Se tumbó en la arena de la playa y, después de media docena de porros, le vinieron recuerdos de La metamorfosis, de la vida desdichada de Gregor Samsa, transformado en un insecto.

La mezcla del alcohol con el hachís hizo mella en las capas más profundas de la psique del joven lector de Kafka y, frente al oleaje del mar y viendo insectos de playa y algunas ratas asquerosas en la arena, Héctor Silveira se imaginó transformado en una figura híbrida entre hombre y animal, pero no en un insignificante insecto, como Gregor Samsa —acostado sobre su espalda, que no lograba levantarse de la cama, despreciado por su familia (su padre le tiraba manzanas y le incrustó una de ellas en el cuerpo), encerrado en la habitación por su hermana Grete y encontrado muerto por la asistenta—, sino en un hombre animal más espeluznante: un ser como su padre, una rata ultraliberal con el don de las falacias.   

Pero entre sueños y recuerdos, y en un momento de extraña lucidez de conciencia, Héctor Silveira sospechó que las falacias se descubren al final y que entonces no hay más remedio que desaparecer ante la caza emprendida por una turba enfurecida.

Al amanecer, en la arena de la playa, el joven lector de Kafka se despertó sudoroso del shock traumático que había experimentado y se tranquilizó al ver que la rata todavía estaba viva y que tuvo más suerte que Gregor Samsa.