Cuadro de comedor

Por la orilla

Durante toda la noche la tormenta no había cedido ni un instante. Implacable. Furiosa. Al bramido eólico y los truenos se sumaba el ruido blanco de millones de granos de arena golpeando y arañando la cubierta exterior. Un rayo había quemado la sección V2. Entera. La V1, sujeta sólo por el lateral oeste, bandeaba, violenta, contra la puerta. Parecía decidida a entrar. Durante un minuto mantuve, dubitativo, la idea de abrirle. Supondría la muerte, sí… pero qué paz… Porque el interior no desmerecía. El circuito cerrado del agua estaba abierto. La diferencia de presión era tal que el chorro hervía en el aire al proyectarse hacia el mismísimo centro del chou, un espectáculo.

Curiosas construcciones, los chouchos. La superficie externa es semiesférica, más bien terciesférica. La interna es cilíndrica. Muy bonita. Entre ellas, la nada. Un enorme espacio de viento quieto, vigilante, entreverado de un gas opaco a las radiaciones ionizantes, y cristalino para todas las demás.

Están construidos con un material de la zona. Una roca. Una arcilla. Modelada con rapidez y simplicidad, la forma, al secar, queda totalmente lisa y transparente. Flexible y resistente. Y barato. Un completo. Es ese secado el responsable del gas protector. Queda atrapado, para siempre, entre las láminas. Emparedado.

Así me veía yo en aquel momento, como un cobaya en una jaula de cristal. Amenazado desde fuera por monstruosos remolinos de polvo, desgarrados por rayos y centellas, tremendas descargas eléctricas que recorrían el cielo y el suelo, que eran todo uno. Dentro, en casa, cientos de tuberías arrojaban agujas de hielo que se evaporaban en un bufido de fuego un instante después. Chocaban entre ellas y salpicaban todo de humo.

Me ahogo, deshidratado, en mi sudor. Y en el agua que todo lo empapa. Un cuadro de comedor…

Con el alba llegó la calma. Tal como suena. Los destrozos eran numerosos, pero ninguno parecía grave. Aun así, tenía dos opciones. Una era reparar el circuito del agua, porque no aguantaría otra noche, lo demás ya se vería. Otra era cargar las baterías del Rover y largarme de allí.

Como soy de naturaleza indecisa, enchufé el coche y me puse a arreglar la fontanería. Ahí lo dejo.


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