Concha Alós: del tremendismo al olvido

Casa de citas




Somos enanos rodeados
de enanos y los gigantes
se esconden para reírse.


¿Quién puede resistirse ante un libro como Rey de gatos1, subtitulado Narraciones antropófagas, de Concha Alós, que nos llama la atención por su título, sus pequeñas dimensiones y la ilustración de cubierta, que es de María Díez Perera? Esa cubierta retrata a la escritora entre flores y mariposas, sonriendo al lector. Concha Alós aparece como una mujer segura de sí misma, tocada por un moño pétreo, esculpido con laca, gafas de pasta oscura, cara ovalada y collar de perlas sobre un escote de corte setentero. La dibujante ha transformado a la autora en ilustración de cómic, versión línea clara y colores planos. Concha Alós tiene aquí el aspecto de un ama de casa convencional, pero su sonrisa torcida sugiere cierto traqueteo interior.

Compro el libro y lo devoro en un par de días. Protagonistas femeninas para historias truculentas y desesperadas. Sexo tenso. Sangre, venganza. Un universo ambivalente y alucinado. ¿De dónde ha salido este libro? Entre mordisco y mordisco me pregunto: ¿quién demonios es Concha Alós, cuyo aspecto vintage tanto me fascina? Leo en la introducción a Rey de gatos que estas narraciones se publicaron hace cincuenta años, en 1972. Me parece increíble. Antropofagia feroz en la recta final del franquismo. Me informo y descubro que, en los setenta, Concha Alós era una autora de prestigio; había ganado el premio Planeta en 1964 y había publicado otras novelas de éxito. Algo sucedió después para que desapareciera del cartapacio y yo mismo la olvidara, aunque se mantuviese ahí, agazapada, en el subconsciente. 

Tras Rey de gatos, Concha Alós compuso tres novelas más y se fugó del panorama literario como escritora y, seguramente, como persona cabal, porque a mediados de los noventa enfermó de alzhéimer y murió en 2011, sin conciencia de sí misma. Quizá por esa razón, los editores de esta nueva versión de sus relatos antropófagos dicen no haber encontrado a nadie que pudiera autorizar la reedición del libro. Ni hermanos, ni hijos, ni herederos que le ladren. Concha Alós es, ahora, una entidad fantasmal. 

Movido por la lectura de Rey de gatos, echo mano del baúl de los recuerdos y caigo en la cuenta de que mi padre ya leía y comentaba las novelas de esta escritora, a la que conoció fugazmente en un balneario de Alhama de Aragón, a mediados de los setenta. Por lo visto allí solía recalar Concha cuando necesitaba olvidarse de su turbulenta relación con Baltasar Porcel, su compañero desde 1959. Mi padre, que era un buen lector, conocía los avatares que había sufrido su novela Los enanos, un libro con el que Concha Alós ganó el Premio Planeta por primera vez en 1962, un premio que tuvo que rechazar cuando Plaza y Janés interpuso una querella aduciendo que la autora había firmado previamente con ellos. Y, desde luego, mi padre había leído también Las hogueras, la novela con la que Concha Alós volvió a ganar el Planeta en 1964, esta vez sin discusión, pero sometiéndose al escándalo de un libro que tuvo que ser laminado por la censura. Algún crítico de la época la acusó de “socialista”, aunque su obra casa mejor con el realismo existencial, donde todo es triste, miserable y feo. Concha Alós escribió a finales del franquismo, con más o menos disimulo, sobre sexo, aborto, homosexualidad y prostitución. Siempre desde la perspectiva de los enanos, que son los perdedores de la vida: los pobres, los desheredados, los que carecen de recursos y techo emocional.

Escarbo entre los libros que quedan de mi padre y allí encuentro una edición de Los enanos que lanzó el Círculo de lectores en 1963, y otra de Las hogueras, en la colección de Premios Planeta (treinta ediciones en 1982). La acción de Los enanos se desarrolla en una pensión de las Ramblas, en los años cincuenta, cuando la suciedad, el hambre y las ratas campaban a sus anchas en las ciudades. Los protagonistas exhiben en cada página sus miserias, componiendo un paisaje social truculento y miserable. En Las hogueras, Concha Alós sitúa a sus personajes en Mallorca, en los inicios del desarrollismo español. Su lectura nos traslada a un espacio insular sin salida, donde solo cabe la resistencia, el tedio y los sueños imposibles. Concha Alós, que había nacido en Valencia y vivido en Castellón, se casó a los diecisiete años con un periodista de Falange que ejerció de director del diario Baleares, en Mallorca. En esa isla estudió magisterio y ejerció como maestra hasta que, enamorada de un joven tipógrafo del periódico, huyó a Barcelona en 1959. Ese tipógrafo, once años menor que ella, era precisamente Baltasar Porcel, al que Concha aupó literariamente mientras ella escribía sus primeras novelas de éxito.

Hace poco, Las hogueras se ha reeditado en Recalcitrantes, una editorial especializada en recuperar libros escritos por mujeres y que, injustificadamente, han desaparecido del mercado2. «Leída hoy, Las hogueras conserva toda su belleza doliente, también cierto perfume de desencanto y nostalgia de la felicidad perdida» —escribió Juan Manuel de Prada en el ABC. Tras estos éxitos, la autora reincidió en sus enfoques tremendistas con novelas como El caballo rojo (1966) y La Madama (1969) que hablan de la Guerra Civil y sus consecuencias. Siempre desde la perspectiva de los vencidos.

Al hojear Las hogueras descubro en su interior algunas notas caligráficas de mi padre y una carta firmada por Concha Alós dirigida a él. Por lo visto compartieron en Alhama de Aragón una tarde de charla y el interés por intercambiar vivencias y lecturas. Mi padre debió enseñarle alguno de sus cuentos, que enviaba, sin fortuna, a concursos literarios. Y ella juzgó que los personajes y temas que abordaba —de un realismo humorístico, en la línea de Azcona o de La Codorniz— sobraban en un mundo donde los escritores apostaban ya por el realismo mágico y la experimentación literaria. Era la moda. A juicio de Concha Alós —tal como puede leerse en esa carta—, convenía ir abandonando la descomposición moral de la posguerra y narrar otras historias, otros temas. Los cuentos de mi padre, por el contrario, continuaban dando protagonismo a los enanos, esos personajes pequeñitos y ridículos que salen en las películas de Berlanga y el neorrealismo italiano. Y esa era una vía agotada, según la Concha Alós de entonces.

Con Rey de gatos, Concha Alós se abonó al territorio experimental y onírico que anunciaba una nueva novelística en España. Pero salió perdiendo, pues Rey de gatos y sus posteriores obras —Os habla Electra (1975), Argeo ha muerto, supongo (1982) y El asesino de sueños (1986)— apenas tuvieron repercusión. 

A mediados de los noventa, descabalgada de los círculos literarios, Concha Alós enfermó de alzhéimer. Sin familiares directos, fue ingresada en una residencia en Barcelona. Murió en 2011 y fue enterrada en Montjuïc. Cuentan las crónicas que muy poca gente acudió a su entierro y que solo estuvieron presentes dos nombres de la cultura: la cantante María del Mar Bonet y el fotógrafo Toni Catany. 

Hoy he querido rescatarla del olvido. 

1. Concha Alós: Rey de gatos. Narraciones antropófagas. Editorial Humbert Humbert S.L. (2019). El original del libro es de 1972.
2. Concha Alós: Las hogueras. Madrid, Recalcitrantes (2016). El original es de 1964.