Cuando Okrno se encontraba tallando un trozo de sílex con el objeto de conformar una punta de lanza, con la que esperaba cazar un jabalí, un venado, o al menos un conejo, se le acercó, garrote al hombro, un sujeto cubierto hasta el cuello por la piel de un oso pardo. Entre los cavernícolas cercanos se le conocía como Brokot, El Inspektor.
—¿Qué hacer tú, Okrno? ¿Por qué golpear piedra?
—Golpear piedra para punta de lanza hacer —respondió Okrno.
—¿Para qué hacer tú punta de lanza?… ¡grrrr!
—Hacer punta de lanza para cazar ciervo, o para jabalí cazar, o para ratita cazar.
—¿Para qué querer tú ratita cazar?
—Para barriga llenar. Okrno hambre tener.
—¿Okrno permiso tener cazar ratitas?
—¿Necesario es permiso tener?
—Permiso tener necesario es para ratitas cazar.
—¿Donde Okrno conseguir permiso to hunt little mice? (Okrno era un cavernícola con estudios).
—A mí no hablarme en sánscrito —gruñó Brokot—. Permiso cazar ratitas pedir en caverna municipal.
Así pues, Okrno dejó de tallar el trozo de sílex para dirigirse a la caverna municipal. En la entrada tropezó con una estalagmita, lastimándose el dedo gordo del pie; después de dar un par de pasos se golpeó la cabeza con una estalactita, lastimándose el cuero cabelludo. Por fin llegó ante la presencia de un funcionario cavernícola, que lo hizo esperar un buen rato porque era la hora del almuerzo. El hambriento Okrno contempló cómo el empleado municipal devoraba un buen trozo de pata de mamut mientras a él le sonaban las tripas y divagaba con una mísera porción de rata peluda. Cuando el funcionario dejó de comer Okrno supuso que al fin le atendería, pero no fue así: era la hora del coito. Okrno quedó a la espera, en tanto el funcionario copulaba lleno de entusiasmo con una cavernícola embarazada. Cuando al fin lo atendió, dijo que esa caverna no era la que expendía permisos de caza de ratitas. Allí solo se proporcionaban permisos para cazar nutrias, si quería cazar ratitas Okrno debía dirigirse a otra caverna ubicada en la otra orilla del río, que de momento estaba muy crecido y era imposible cruzar.
Okrno esperó sentado junto a la orilla del río y al cabo de dos semanas el cauce ya había decrecido, entonces pudo dirigirse a la caverna que el otro funcionario le había indicado. Desdichadamente, una gran piedra obstruía la entrada: era día no laborable a lo largo y ancho de toda la prehistoria.
Cuando al cabo de tres meses y medio Okrno obtuvo su permiso, en formato lítico, después de visitar catorce cavernas, pues de una lo enviaban a otra, se presentó ante Brokot, El Inspektor, y este accedió a que cazara tres o cuatro roedores, pero con la condición de que le cediera el 50% de la carne en concepto de impuesto sobre las ganancias cinegéticas.
Cosas de la burocracia cavernícola.