Benvenuto Cellini era vanidoso, pendenciero, despertaba envidias y él, a su vez, era envidioso; total, un auténtico artista.
Benvenuto Cellini mató a un Borbón y robó las joyas de un papa. Estuvo encarcelado por varios asesinatos y por calumniador.
Fue acusado de sodomía y tuvo que superar diversos envenenamientos. Alguien dijo que él también fue envenenador.
Con estos antecedentes podría llegar a considerársele como un criminal activista indignado y también como un delincuente homicida común.
Su padre se empeñó en que estudiara música y nada pudo sacar de su esfuerzo, fue un mal músico que quiso ser escritor y escribió sus vivencias en un libro titulado Vida.
Bien pues, aunque Oscar Wilde diga que el libro de Cellini es de obligada lectura, una vez más voy a llevar la contraria a Wilde –siempre estoy en desacuerdo con el artistazo de Oscar Wilde-, opino que se trata de un texto que carece de entendimiento, que echa por tierra la razón que la estética renacentista sustentaba y la echa presentando su experiencia como si fuera una sucesión de acontecimientos místicos. El texto está cargado de presunción y vanidad. El libro de Cellini es un documento de su época, se trata de un escrito petulante, es un relato de intrigas y aventuras que puede dar una idea de lo que ocurría en la sociedad y en el mundillo eclesiástico del siglo XVI.
Pero ¡ah vanidad! ¡La vanidad de Benvenuto! Aquí nos encontramos ante uno de los más grandes artistas. Uno de esos pocos seres humanos a los que les podemos permitir un attimo di vanità.
La belleza de Cellini es pecaminosa, alguien lo ha dicho, sí. La belleza de Benvenuto Cellini solo tiene un parangón desconocido.