Báthory

Repertorio personal para gótikos

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Todos los fantásticos y góticos creemos conocer las hazañas sangrientas de la condesa Érzsébet Báthory, ese ogro femenino húngaro que desangró a no sé cuántos cientos de doncellas en su siniestro castillo de los Cárpatos para conseguir la eterna juventud y divertirse con sus tormentos. Como Gilles de Rais, Érzsébeth figura entre lo peor de los psicópatas que poblaron la Europa feudal de los siglos XV y XVI, en la que cundían las pestes y se alumbraban plazas públicas y descampados con brujas en llamas y con algunos herejes que se empeñaban en que la tierra giraba alrededor del sol.

Sabéis algo sin duda de la Condesa Sangrienta a través, entre otros escritores modernos, de la surrealista Valentine Penrose y su novela poética sobre la Báthory, y la atormentada Alexandra Pizarnik, ambas exageradas y algo ridículas al tratar el tema del sadismo de la noble húngara, pero ignoro si conocéis una película eslovaca llamada Báthory (La condesa de sangre, 2009) de Juraj Jakubisko, que es el reverso transgresor de todas las monedas falsas en curso sobre el personaje. Os la recomiendo. Es un biopic patriótico de la presunta arpía torturadora, pero va a la contra de todos los morbos legendarios poéticos y sangrientos. Jakubisko la reivindica como figura histórica de señora feudal austrohúngara traicionada por sus pares transilvanos. El film eslovaco trata de fregar –y lo consigue- la roña de sangre que se ha acumulado sobre ella al correr del tiempo por culpa de las mentiras y calumnias del vulgo, de las brujas sometidas a tormento, y de su primo el conde palatino Jorge Thurzó, que pretendió vanamente desposarla y hacerse con su enorme feudo al quedar viuda del conde guerrero Ferenc Nádasdy, y que, al no conseguirlo, se convirtió en su peor y más sañudo enemigo.

El conde Nádasdy, esposo de Érsébeth, llamado Caballero Negro húngaro, murió joven dejándola madre de tres hijos y sin un ejército que la protegiera. La Condesa era una mujer enérgica e inteligente, no una analfabeta como la mayoría de su aristocrática parentela, y quería conservar su enorme feudo para sus hijos. El palatino Thurzó, despechado por su negativa al matrimonio, recurrió a lo más miserable de la justicia de entonces y a lo más cruel de la Inquisición y del populacho aficionado a leyendas y quimeras.

En toda historieta feudal sangrienta aparece un primo o cuñado felón como Thurzó. Quien no suele aparecer, y en la película eslovaca de Juraj Jakubisko sí lo hace, es el pintor Michelangelo Merisi di Caravaggio, que figura en ella como un joven artista prisionero o rehén de la condesa, su retratista de Cámara y también “casi” su amante. Digo casi, porque Caravaggio era gay y se enamoraba más fácilmente de modelos y ayudantes como Mario Minitti que de las damas transilvanas que se bañaban en infusiones rojas. Por cierto, quizá este brebaje de horrible apariencia no fuera sangre de doncellas sino inocente y vegano preparado medicinal hecho con flores de hibisco, según enmiendan Jubisko y su patriótico equipo eslovaco a la malévola historia de los enemigos de Érsébet.

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