Tras los cristales, miro el cielo a través de la ventana y pienso que sin ese azul, que ha planeado siempre sobre nuestras cabezas, todo sería aún más desolador. Azul era tu mirada cuando, de chiquillos, nos besabas cada noche; azules eran los días y las noches de verano.
Todavía no entiendo cómo ese tiempo se nos fue, se nos quebró como se quiebra todo, como se quebranta el sueño, el día o el viento.
Ahora las palabras vuelan de tu cabeza como pájaros de papel en el cielo, pájaros que abandonaron su nido para no volver, y sientes que te resbalan por la piel como si fueran caricias ausentes.
En esos momentos imagino que, bajo el vacío que deja la palabra que no expresas o el nombre que olvidaste, hay otro lugar donde todavía recuerdas quién eres, aunque a veces me parezca que ya te has ido.
Mientras paseamos, percibo el vaivén de tu respiración al hablarme o esa leve detención al coger aire, y reparo en si tu voz resuena más tenaz, dulce o desvalida. Entonces me gusta pensar que te oigo en si bemol, como suena la lluvia al caer, como suena el mar o el viento, como suena tu voz, padre.
Se nos rompió el cielo y ya nunca volverá a ser azul, me has susurrado con tu mirada al alejarte.
Pintura, Ian Fisher