Azafrán

Oscuro, casi negro

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Olores. Puedo hacer un mapa de olores de las cuatro manzanas de camino al bar de María Chen. En la escalera productos de limpieza y perfumes de jazmín, abuelas de arriba. La mezcla de vapores que sale del supermercado: fruta, pan, carne de animal y sudor humano. Doblo la esquina, pollo a l’ast y empanadillas argentinas. Más adelante, hierro y gasolina del mecánico chapista. Plástico barato, papel y limón antimosquitos del mercachifle chino Wang Zong. La plaza huele a alcohol, ibuprofeno y réflex. Farmacia 24 horas. Combina con la casa de helados, vainilla y horchata granizada. Sigo. La tienda de La aguja rebelde con sus olores de limpieza en seco y de hilo de algodón. Maia es única. Al lado está Sonja, es Sij. Hare krishna en su radio, mangos y mandarinas. La tauleta, comidas para llevar, deja aromas a frito con laurel. Paso por el JM. Marisquería de barrio. Cocinan bien; el pescado y una ensaladilla rusa te devuelven a treinta años antes. Calamares de verdad. Gamba fresca. Una delicia. Cris es amiga y sirve las mesas. Una pelirroja color azafrán. De eso quería hablar. La mejor especia del mundo. Algo increíble que te lleva al infierno. Mi abuela ponía los pistilos encima de periódicos en las asas de la paella. Hay que tostarlas. Azafrán en la paella. Con garrofó y tabella. Y caracoles, baquetas, que cada una vale como una ostra. No pongas limón a la paella como un enterao, solo a la carne, y gotas. Sigo. Queda la casa de juegos, cerrada y roja como un mal sueño. Ya llego al bar de María Chen. No sabe qué es el azafrán. No tiene malicia. Es el pelo de Rita Hayworth.

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