Arquitectura «a sentimiento»

El martillo pneumático

 

Los experimentos formales en arquitectura son costosos. En la realización de una obra arquitectónica se ponen en juego una gran cantidad de recursos. Levantar un edificio requiere la intervención de técnicos de distintas disciplinas y la inversión de mucho esfuerzo y dinero. El arte de la arquitectura se acompaña de una gran complejidad técnica. Su abstracción formal, en tanto que compleja, parece exigir una técnica de múltiples facetas enmarañadas y complejas también.

Las razones mencionadas nos deben aconsejar prudencia antes de colocar la primera piedra de una construcción.

El proyecto de un edificio no debe dejarse en manos de la arbitrariedad ni del sentimiento ya que el edificio perdura y los sentimientos se desvanecen.

Cualquier precipitación, cualquier encandilamiento repentino ante un dibujito bien presentado o el enamoramiento de un diseñador aranero o de un arquitecto divino pueden costarnos caros.

Las tensiones que se plantean ante la posibilidad de que la obra arquitectónica sea o no una expresión válida del arte, el alcance del significado artístico de la obra arquitectónica o la misión social del arte de la arquitectura como acto trascendente son dimensiones que la sociedad no debe dejar a merced del gusto o el sentimiento del diseñador. Con intención más o menos malévola, utilizo los vocablos gusto y sentimiento considerados como cualidades arbitrarias desafectas de reflexión y cálculo.

¿Nos podemos permitir una dialéctica arquitectónica que, tras plantear la muerte de la arquitectura como arte o su continuidad como lenguaje actualizado, proponga la provocación formal, la manifestación de lo trivial, la expresión abstracta o la abstracción pura?

Hay que prevenirse ante la vanidad del arquitecto y no dejarse seducir por una presentación y unos planos espectaculares y bien dibujados.

¡Cuidado!, una obra arquitectónica no es un lienzo que pongo aquí y que descuelgo allá, no es una performance ni un happening, no es un montaje efímero de feria y no es tampoco una escultura con pedestal.

Ante estas dificultades no quiero plantear un inmovilismo formal, solo exijo responsabilidad, cautela y no dejarse llevar por los vientos que soplan desde cualquier lenguaje artístico.

La prudencia nos aconseja, en lo que a arquitectura se refiere, el rechazo de aquellos discursos artísticos que se fundamentan en la arbitrariedad formal o sentimental del artista. Y esta misma prudencia nos recuerda que los tres principios de Vitruvio, venustas, firmitas et utilitas, esto es, belleza, solidez y utilidad, son los que deben presidir cualquier formulación arquitectónica que pretenda erigirse como modelo de evolución y progreso del lenguaje arquitectónico.