Apolo-Soyuz

La rana dorada

He visto, en mi vida, franceses, italianos, rusos etcétera… pero en cuanto al hombre, digo que en mi vida nunca me lo he encontrado; si existe, es sin que yo lo sepa.

Joseph de Maistre.

 

Conforme se viene abajo el castillo de naipes que el establishment había edificado en torno a la globalización económica durante más de tres décadas, del cual la Unión Europea, como proyecto transnacional basado en el llamado soft power y el Estado del Bienestar, era paradigma, vuelven a la palestra esas viejas entidades abominadas por los integristas contemporáneos de la Ilustración: las naciones-estado. Porque no es cierto que las tradiciones nacionales tengan un carácter anacrónico, como marxistas o neoliberales postulan.

Es preciso señalar que todo este desbarajuste generado por el hermano Leviatán, vivido durante décadas mediante los espejismos mediáticos como utopía en ciernes, sólo era posible económicamente gracias al desarrollo de un poderoso capitalismo corporativo de grandes consorcios fundido hasta el tuétano con diversos Estados, uncido por lo demás a una deriva positiva y transitoria del comercio internacional; este último, cada día más abierto y con dimensión planetaria, en la actualidad, en el horizonte de las comunicaciones instantáneas y la competencia con las grandes potencias asiáticas, genera fundamentalmente: incertidumbre en los actores sociales, desgaste de las estructuras antropológicas básicas y concentración de poder titánico en determinados clanes y grupos.

Cuando se tiene a mano sólo la ideología, enmascaradora en general de los más turbios y perniciosos intereses; cuando las abstracciones ocupan el lugar de la reflexión y la crítica y pretenden desconocer elementos básicos evolutivos y espirituales, descuidando a la vez la Historia y los avances en el conocimiento, en esa búsqueda sin término que son los procesos de acumulación del mismo vinculados al desarrollo científico-técnico, el destino no puede ser otro que un profundo colapso de la civilización. Esto ocurrió ya con la perniciosa, ideologizada y genocida U.R.S.S.

La caída de la Unión Europea es muy similar, aunque aparezca como demorada o a cámara lenta ante los ojos de una ciudadanía, no menos estupefacta y controlada que lo era la que habitaba antes de la Caída del Muro los países del Este.

Fenecida la URSS vuelve a la palestra Rusia: “Ustedes Recuperen Su Ser” y tras el triunfo previsible de Donald Trump (sólo gente con muy mala fe puede seguir defendiendo los amargos frutos de las políticas de Obama y su predecesor, tanto en el plano de la política exterior como en la económica y cultural), le llega a Europa la hora de definir su destino. Pero a solas, sin plan Marshall que valga, con un liderazgo gris y burocrático de una fragilidad espeluznante: una “nomenclatura”, en gran medida autodesignada, apoyada en la cleptocracia y la mediocridad como modo de vida. Sin duda todo se ha hecho más pequeño… Las reacciones hostiles y rígidas al “Brexit” o a los legítimos esfuerzos de búsqueda de autonomía por parte de determinados países miembros para resolver cuestiones que les afectan, respetando sus propias culturas y sensibilidades, como por ejemplo ha ocurrido con los húngaros, lo muestran con claridad.

América ha escogido fortalecerse a sí misma y por sí misma y le dice a Europa, para empezar, que pague por su defensa lo que esta vale. No parecen pensar así quienes nos gobiernan desde Bruselas que, como en la antigua URSS las nomenclaturas agonizantes de Chernenko o Andropov, no ven más allá de sus privilegios y el deseo de mantenerlos, a sangre y fuego, como sufriremos pronto si es preciso. Malos tiempos corren no obstante para quienes tras múltiples desencuentros con su ciudadanía (sería largo contar acá las vicisitudes de numerosos referéndum en los que los pueblos de Europa han rechazado con desconfianza los proyectos fagocitadores de los eurócratas) buscan su consuelo en persistir en los viejos errores y entregar el soft power a una potencia tan corrupta y abyecta como el Vaticano que unida a una izquierda amaestrada y mediocre sigue pontificando por una distopía como modelo irrenunciable de convivencia, hibridada demográficamente con los infrahumanos que manejan altavoces repicando imbecilidades grotescas desde los minaretes. Mientras, en el norte de África y en Turquía, se ponen las bases para un grave conflicto que sacudirá en breve nuestras estructuras con la fuerza de un muy intenso terremoto.

Where is no vision people perish… Proverbios.

Con esta exposición como punto de partida, considerada como un decorado de fondo, me gustaría hablar del sentido con el que se me aparecen dos películas muy peculiares visionadas recientemente, ambas pertenecientes al cine fantástico: una rusa y otra norteamericana, que creo deben ser interpretadas en clave de ahondamiento en las veleidades de los espíritus nacionales respectivos que están teniendo lugar, en los últimos tiempos, en ambos países. Cada nación tiene sus tipos psicológicos característicos o dominantes que se manifiestan, como observaba juiciosamente don Salvador de Madariaga en su libro: Ingleses, franceses, españoles, en el pensamiento, la acción o la pasión. No en vano Fernando Pessoa decía que todo había de hacerse por la Humanidad pero nada contra la Nación. Pero ve a contarle esto al imbécil, adoctrinado desde su infancia en escuelas y universidades masificadas donde se imparte un conocimiento de garrafa por todo tipo de malandrines y burócratas, atrapado en las redes sociales y en su inmediatez ágrafa, para quien lo importante son las micro agresiones de género o “salvar” la tierra del cambio climático. Todo ello en la frecuencia de letrina psicológica propia del “selfie”.

La primera es una obra casi póstuma, la terminal de su autor, al que llevó catorce años realizar y que no pudo contemplar en su totalidad antes de su muerte: Trudno byt’ bogom (Hard to Be a God. ¡Qué difícil es ser un Dios! (2013) de Aleksei Yurievich German (1938-2013), basada en la novela del mismo título, publicada en 1964, de los hermanos Arkadi y Boris Strugatsky (ambos fallecidos)  La segunda es, al contrario, la “ópera prima” de un director norteamericano contemporáneo, Robert Eggers (34 años en la actualidad), titulada: La bruja (2015).

Ambas películas miran hacia atrás y no cabe duda que lo hacen, tanto si lo reconocen como si no sus respectivos artífices (uno de ellos está ya en el “otro lado”), desde sus respectivas culturas nacionales. El infrahumano mostrenco que dio sus primeras boqueadas en las “primaveras árabes” o en el 15M, vector básico de ruindad cognitiva posibilitado por el entorno neo bárbaro de las redes sociales, la ideología socialdemócrata y la degradación ratonil del hábitat urbano propiciada por las prácticas cleptocráticas del neoliberalismo, es un ser absolutamente fallido desde cualquier vector antropológico que se precie: un puñetero homúnculo anegado de lugares comunes, con sus auriculares y su móvil en disposición permanente. Una clara alegoría del “último hombre” del que hablaba Nietzsche que se cierne ya impune sobre nosotros; tanto en la figura del protagonista de la obra del ruso, como en la de la protagonista femenina de la película de Eggers (The Witch). En New England Folktale, hay elementos que muestran simbólicamente el final de una época y la llegada al escenario de una piara seudoantropomorfa. Y todo en el contexto de un pasado, al que se retorna para percibir inútilmente lo futuro desde lo Originario….

La bruja se desarrolla en Norteamérica, en el universo colonial anterior a la Independencia (1630) y tiene como base la creencia en las brujas; por cierto, y hasta última orden de la idiocia “políticamente correcta”, creencia de claro matiz eurocéntrico. La gentuza de Hollywood y la Wicca seudofeminista, que pretenden hacernos creer que tienen poderes mágicos y organizan aquelarres contra el actual Presidente Trump (Ganesha le proteja), se inspiran en una muy tergiversada noción del medioevo europeo. El mismo concepto de “Edad Media”, basado en gran medida en manipulaciones cronológicas ideológicamente motivadas, tiene su origen en el siglo XVII.

Una familia se desgaja de su cristiana comunidad y se marcha a vivir sola en los aledaños del  bosque, ¿alegoría de la misma Norteamérica?; aquí comienzan ocurrir cosas absolutamente medievales. En el caso del film de German, que parte de llevar a la pantalla por segunda vez la novela de los autores rusos de Ciencia-Ficción, Arkadi y Boris Strugatsky, el horizonte aparente es otro planeta, durante el otoño, enmarcado en una Edad Media muy especial, trazada mediante ingentes planos secuencia en blanco y negro de clara influencia pictórica que adeudan mucho a Brueghel o al Bosco; sin duda miraba al medioevo ruso, que poco o nada tiene que ver con el francés o el español.

Los hermanos Strugatsky, que nunca tuvieron problemas con la censura en la antigua URSS, eran partidarios  decididos de un gobierno científico mundial de corte meritocrático basado en ideas similares a las consignadas por el fabianismo británico y su influyente difusor, mediante la Ciencia-Ficción,  H. G. Wells. Ni que decir tiene que la película, segunda adaptación al cine de la obra, mantiene poca o ninguna conexión con el espíritu de la novela originaria. German tuvo siempre problemas con la censura y muchos de sus filmes tardaron años en poder ser visionados. Hay elementos de alegoría del estalinismo que están presentes, por lo demás, en casi todas sus obras; en Rusia aún no han podido resolver esta cuestión del totalitarismo comunista que experimentaron, con el que muchos colaboraron, y tampoco han sido capaces de integrar. En la novela una civilización futura descubre un planeta similar a la Tierra donde sus habitantes viven como lo hicimos nosotros hace siglos; desde esta Tierra más evolucionada son enviados algunos agentes para que vivan entre estos pueblos bárbaros y recojan información, en realidad esta misma sociedad de investigadores se plantea retroceder a etapas anteriores de su desarrollo.

Curioso porque los defensores del “cambio climático” antropogénicamente provocado lo que defienden es esto: parar el crecimiento e implantar algo parecido a una teocracia científica «tiamática» de corte planetario. Muchos de ellos, antiguos comunistas, son admiradores de los musulmanes como lo eran los nazis que también tenían por objetivo medievalizar, tras la victoria en la guerra, que afortunadamente no llegó, la vida en Europa.

Eggers que prepara un remake del Nosferatu de Murnau, obra básica para comprender el uso que del cine han tratado de hacer con desigual fortuna algunas sociedades secretas, está preparando una serie sobre Rasputín y otra película: The Knight, ambientada en la Europa medieval. Si quieres lector amigo pensar que todo es casualidad, hazlo, es tu privilegio.

Se cumplen 42 años del encuentro en el espacio de cosmonautas norteamericanos y rusos, el experimento de acoplamiento de naves procedentes de ambas naciones llamado Apolo-Soyuz. Trump y Putin navegan hacia la colaboración frente al repugnante universo islamista, que como Podemos es un mero catalizador, y frente al Leviatán europeo en trance de hundimiento.

Algo se cuece, no sólo en las profundidades o el espacio ultraterrestre, sino a nuestro alrededor. En el 2020 se habrán cumplido 45 años (Trump es el Presidente 45) del inicio del proyecto. Ni Rusia, ni USA se encuentran mejor que lo está la UE. El nihilismo está en ambas naciones, y películas,  a flor de piel. En el film de Eggers la brujería femenina está contemplada, por fin, desde un punto o de vista no victimista y legitimador como hacen muchas películas para complacer a sensibilidades espurias elaboradas en escolanías ginecocráticas. La bruja aparece como una maléfica e infecta tesaliana, como la mostraron sin complejos autores clásicos precristianos como Lucano o como lo hizo Francisco de Goya. Una asquerosa ogra que devora la vida, una madre muerta y saturniana que como la antigua Tiamat, epifanía draconiana de lo regresivo, habrá de ser despedazada y quemada sin contemplaciones por los dioses celestes y sus vicarios terrestres. Eggers, en una entrevista, cuando le pregunta un eunuco cognitivo: ¿hay algo sobre el mundo moderno que le interese?, responde: prefiero viajar al pasado para mejor hablar de las cosas de hoy.

Ni el regreso a la fe ortodoxa, de un fatalismo inhumano y absurdo, ni el retorno al corazón del bosque para practicar el más nigromántico canibalismo son otra cosa que variantes de un mismo proceso nihilista de desvalorización de la vida. Una moneda con dos caras, ambas terminales.

El destino final, que abatirá tanto la noción de “planeta” como la de “pasado”, se dará en el territorio que llamamos Europa; ya están siendo rodadas las primeras escenas. La Edad Media que no existió jamás aún no ha terminado, aunque sigue siendo contemplada como un ideal universalista por los malversadores de las sociedades secretas y su punta de iceberg: la iglesia católica; pues el futuro ha fallado, ya no es lo que era, y hay que andar de nuevo poniendo parches como se hizo insertando el cristianismo en el Imperio Romano terminal.

Es el mundo del “último hombre”, el más despreciable, cuya  filosofía es el nihilismo; para él todo es vano, de tal manera, que nunca aspira a los más altos valores, ya que estos no existen y sólo vive en un mundo de apariencias, sin convicción alguna, que tenga que defender; en breve pronto estará sometido al poder de la Supermáquina.

A todo esto pondrá punto final el Niño Horus/Dionisos con un juego definitivo y mortífero de naturaleza estelar que aún está por llegar; y entonces habrá un nuevo Renacimiento, en profundidad. Cuando el martillo de Thor destruya las catedrales, en el día que despierten los viejos dioses de piedra…Todo hombre y mujer son una estrella.

¡Mañana: ya!