Antiguas brujerías (¡Cáscaras!)

La rana dorada

                                                               
Mientras una a una, al esfuerzo de la pavorosa Medea,
                                               Las repulsivas estrellas disipan el plano etéreo;
                                                             Como ojos de Argos oprimidos por la vara de Mercurio… 

Pope.

                                                        

La cadena de eventos que los medios de desinformación de masas ha configurado como piedra miliar de la “narrativa” sobre la pandemia —de la cual no es casual su procedencia: la China Comunista—, no será parte en modo alguno del meollo de este breve artículo. Por motivos más que obvios. Ni la opinión de los expertos es unitaria, ni puede serlo, ni debe ser tampoco asumida como tal por mucho que los poderes políticos lo intenten a efectos comunicativos cuando se dirigen a “la ciudadanía”. No nos encontramos ante nada relacionado con un saber absoluto de matiz teológico o matemático, a pesar del infantilismo que en su trato con los ciudadanos ha consignado la presencia de un católico de base tan repelente, y por ello tan apreciado por vastos sectores de lo más basto de la audiencia, como ha sido el “experto” escogido por el gobierno español para dirigirse durante meses, como portador del saber, a millones de personas (?) a través de la televisión. El Estado Terapéutico, cuyo mediador político privilegiado hoy en Occidente es una socialdemocracia con fuertes adherencias vaticanas, debe ser fuertemente cuestionado pero tampoco es eso de lo que se tratará principalmente aquí. El hombre masa, como señalaba Ellemire Zolla, jamás dudará de la opinión de un experto oficial. Y el lema del esclavo, ni tan siquiera elaborado por él, es: “seguridad primero”.

Está cada vez más claro, conforme las ilusiones de la Técnica y el empequeñecimiento de las elites se desarrollan de manera cada vez más acelerada y en paralelo, que el nihilismo puede hacer suyas formas de orden cada vez más extensas. Causas ocultas y ritmos secretos, que se insertan en un tempo cósmico de matiz espiral, conducen el destino del género humano hacia su cumplimiento. Del Hombre Nuevo, conjurado no demasiado exitosamente por las Vanguardias y los totalitarismos del siglo pasado, hemos pasado a la humanidad canija del mundo global digital, pastoreada por el fantasma mentado constantemente sin venir a cuento por tantos y tantos descerebrados, muchos de ellos “artistas”, de “la Sanidad”.

La bestia de cinco dedos compensa su pérdida de originalidad convirtiéndose en prescindible. Las multitudes con mascarilla — nada que ver con la máscara tribal o carnavalesca que conecta al sujeto que la porta con diversas facetas de lo Otro en el horizonte de lo colectivo ritualizado— son un claro indicio de un proceso de desposesión de los atributos humanos más básicos infligido a grandes grupos de población; grupos que son tratados como rebaños humanos por la distopía médico-hospitalaria. El lenguaje corporal no engaña, como pretenden hacer las aportaciones más zafias y básicas (hoy omnipresentes en las grandes ciudades) de la propaganda expresamente diseñada para el evento. El mensaje de una sociedad en marcado estado de colapso, como lo es la nuestra, es de manera cada vez más obvia su propia caterva de usuarios. Y es que la mayor y primera tarea del filósofo es poner a prueba las representaciones.

Asistimos desde una década anterior al fin de siglo a una transformación radical del psiquismo humano, en gran medida posibilitada por una educación pública diseñada claramente para la deformación. Es decir: para la asunción “natural” de espacios dominados por la inercia maquínica de las Inteligencias Artificiales. La pérdida de la imagen del Hombre, que con razón Blake intuía en la amenaza que las máquinas implicaban para este por hacerle perder su habilidad de modificar directamente la materia, está ya más que a la vista. La nueva Torre de Babel, que es el arquetipo en el que se inspiran las utopías de Occidente, consiste en la capacidad de movilizar el pensamiento. 

Asistimos también, tras el colapso de la URSS, a la universalización y oficialización del engaño en todos los planos. Una combinación de sugestión generalizada y estado policíaco ha alumbrado esta situación que sólo los más lerdos no perciben como lo que es realmente: una situación de guerra. Toda guerra impone una regresión a formas de vida arcaicas y esta regresión es tanto más profunda cuanto mas sofisticadas son las armas utilizadas. Conforme más relieve cobran las imágenes más se achatan las palabras; la sombra del Día de la Langosta, enterrada en el inconsciente colectivo humano, empieza a dar señales de desperezamiento. La nueva tribalidad engendrada por los ambientes eléctricos comienza a rendir frutos.

Porque todo lo que es extraño a la Naturaleza y al Arte, como muy bien señalaban los antiguos, o no es humano o es fruto de artimañas y engaños. No olvidemos que la medicina es con mucha frecuencia vana y a veces incluso peligrosa sin el favor del Cielo y en un mundo gobernado ya por clanes de criminales nada se encuentra en el lugar donde debería encontrarse.

¿Qué significa ser contemporáneo de este siglo tras el decurso del que, ya en su umbral, Henry Adams llamó “siglo de la inseguridad”, ahora que apenas podemos apartar nuestra percepción de la intoxicación telemática? Solamente, por el modo como nuestros gobernantes se han relacionado con los ritos funerarios y otros ceremoniales pertenecientes al período de confinamiento, sólo por ello, deberían haber sido depuestos y fuertemente castigados.

Jung declamaba que los dioses se habían vuelto enfermedades pero da más bien la impresión de aquello que señala Calasso, a quien citamos de continuo de manera impune, allí donde no existen los dioses reinan los fantasmas. Los tiempos nuevos son tiempos de parálisis; no es raro que se excomulgue al carbono o que entremos en zona dominada por esos entes, sitos entre la vida y la muerte, que son los virus. Sea lo que sea lo divino es sin duda aquello que impone con la máxima intensidad la sensación de estar vivo

Pero cuando la Naturaleza entera no es lo que envuelve, sino lo que es envuelto, nos encontramos con el síndrome de Central Park. El rito sirve para tejer el continuo de otro modo, la vida se fracturaría en trozos desgarrados, la meta del oficiante es triunfar sobre lo discontinuo. Pero como muy bien entrevió Nietzsche en el umbral del siglo XX: un siglo de barbarie comienza y las ciencias estarán a su servicio. La Biología ha entrado ya en los dominios de la magia y es contemporánea de un artificialismo absoluto, una época donde descarnadamente se potencia colocar en primer plano lo inerte y lo muerto. La tendencia del Técnico es sustituir la moral por la higiene, de igual modo que sustituye la verdad por la propaganda (Jünger). 

El Planeta es la imagen del Nuevo Príncipe y su condición de posibilidad para emerger: el naufragio de la razón práctica.

La materia participa de lo inteligible de una manera muy embarazosa y difícil de entender.

Platón.