Ya vuelve el color amarillo, con su insidiosa tendencia a aparecer en pocos lugares, pero muy bien ubicados, para incrementar la sensación de inicio, de esponjosidad de pato infante, de cremosas yemas batidas con azúcar y mascarpone, de foco de luz falsa decorando cafeterías diseñadas para esclavos del selfie y la figuración mal entendida.
Una vez más sopla el viento amarillo de la primavera, con su regusto a sol que tuesta pipas girasoleras, con su mullida temperatura de edredón amoroso convertido en vientecillo lujurioso e inocente a la par.
Es la alegría de la vainilla con la que se perfuman abusivamente todas las adolescentes, el esplendor en la hierba que fuman todas las parejas de grafiteros antes de hacer el mal en las paredes de la primavera.
Destellos amarillos entre las líneas negras del lápiz con el que me recojo el pelo, chispas de cereal en la cerveza en la que me sumerjo. Ya vuelve, ya vuelve este color. Salgamos a la calle. Seguiré contando.