Es estudiante de Teología, en el último curso de la carrera. Álvaro, que así se llama el vecino del quinto exterior izquierda, parece que es un prodigio en los estudios y, por lo que me cuentan de él, casi en cualquier cosa que se proponga. Cuando le ves no tienes la sensación de estar ante alguien al que muchos tildan de genio en ciernes. Su aspecto es meridianamente contrario a la imagen que podemos tener preconcebida del estudioso, del erudito, del empollón o del ratón de biblioteca. La imagen de Álvaro está más en consonancia con la de esos jóvenes atolondrados que solo demuestran interés por la diversión y asumen que su futuro es tan incierto que no merece la pena esforzarse por él. Y, a pesar de ello, Álvaro es agradable en el trato y muy espontáneo en sus expresiones y, si algo puede reprochársele es que carece de filtros sociales, como si los convencionalismos no fueran con él. Es habitual oírle soltar burradas bastante considerables que a muchos les demudan el gesto.
A pesar de sus éxitos en los estudios, Álvaro tiene fama de ser un reconocido consumidor de todos los excesos de la noche, estupefacientes varios incluidos, sobre todo de esos que denominan drogas de diseño, GHB, ketamina y otras. Parece como si su vida fuera un tobogán de sensaciones y experiencias intensas en la que no cabe un momento de reposo.
Me resulta difícil entender cómo gestiona tanta información tan sesuda, reflexiva y, a veces, críptica que aprehende en sus estudios con la que le provoca el desfase sensitivo, emocional y cognitivo que seguro le producen las drogas que consume. Quizás se trate de dos modos de vida complementarios o compensatorios que, en una persona tan lúcida como Álvaro, podrían convertirse en el detonante de una personalidad explosiva y creativa que llegue a conclusiones intelectuales novedosas o rupturistas. Quizás no ocurra nada de eso y esa intensidad de vivencias le provoquen un colapso mental. No sé, son solo inferencias mías en el futuro tan imprevisible de un joven brillante (al menos, como el de cualquier otra persona) al que no le cabe distinguir entre una vida de esas que denominamos serias y otra llena de excesos que agita y disfruta con furia y sin freno. Dos vidas que en él se convierten en una amalgama que parece confundir a todos, incluso hasta en la imagen que proyecta al exterior.
Y es que, cada vez que me cruzo con Álvaro tengo la sensación de encontrarme con una persona diferente. No lo digo por sus palabras o por su atuendo (no es de los que se comportan de manera diferente según sea el contexto. Él es siempre excesivo). No, no se trata de eso, sino de sus rasgos, como si su rostro, su apostura, sus gestos cambiaran constantemente hasta el punto de ver ante mí a un personaje desdibujado, algo así como un apunte que constantemente está dibujando trazos, transformándose, corrigiéndose, borrándose y volviéndose a dibujar. Yo quiero verlo como el esbozo de una obra de arte, como el proyecto de algo hermoso que está creándose… y que puede que nunca llegue a concluirse.
No me refiero a que, como nos pasa a la mayoría de las personas, nos vistamos, hablemos y nos comportemos de manera exclusiva según sea el distinto contexto social, asumiendo diferentes papeles y aspectos para cada momento de nuestras vidas. En Álvaro, como he dicho, esto no es así. Su comportamiento no contextualiza ni los espacios donde se halla ni las gentes con las que trata. Da la sensación de que es la conjunción de sus estudios teológicos con el consumo de drogas de diseño lo que dibuja, redibuja y vuelve a dibujar su imagen, lo que hace que su forma de ser, de estar y de parecer sea siempre indeterminada.
Parece que no tiene problemas con el dinero porque son sus padres los que sostienen económicamente ese extraño tren de vida, que parece ocupar diariamente más horas de las que tiene un día.
Tampoco creo que su familia vaya a poner pegas a nada de lo que hace, dice o muestra Álvaro porque sus calificaciones extraordinarias, sobresalientes y muy alabadas en sus estudios están siempre por delante de cualquier otra consideración.
No sé cómo acabará con ese ritmo de vida compulsivo. Puede que con una confusión en su personalidad. Quizás se convierta en un ser asocial. Es posible que su personalidad sufra trastornos de multiplicidad…
Yo creo que se convertirá en un genio que hará historia.
Ilustración: Javier Herrero. Dibujo sobre papel de caca de elefante.