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Los primeros días me pinté de miel:
polvo de amor robado a los pistilos
cocinado al rítmico zumbido de la abeja,
especiado con la promesa velada de lo ardiente.
La dulzura invita a morder a los golosos.
Pero la decepción les seca la saliva
cuando les pierde la avaricia del querer,
y se atreven a morder:
estoy amarga.
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Durante un tiempo me bañé en sal:
botín de la victoria del mar contra la roca
que borda de cristales la cola a las sirenas
y espesa el agua para que, flotando, alcancen la orilla.
La escarcha salina atrae a los marineros.
Pero les pierde el ansia de aventura,
se arruina su arrojo cuando, osados
se atreven a morder:
estoy amarga.
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Es la podredumbre, que me tiene tomado el sabor.
No sirve vestir de camuflaje a la amargura
que empezó a corroerme el día que, ilusa,
me dejé quitar la cáscara.
Fotografía de Susana Blasco