A Ginés le gustan todas

Las horribles historias de Sileno


Me lo confesó el otro día, en uno de esos momentos de intimidad mientras contemplábamos la puesta de sol desde el balcón de su casa, en el entresuelo. Pasaron por la calle unas gitanas con unas ristras de ajos y un par de bolsas de basura llenas de calcetines del mercadillo, tan ufanas, balanceando sus culos enfajados en sedas negras, y caminando con chanclas. Morenas de verde luna, que diría el poeta. Y va Ginés y me dice: «Me gustan todas, Marcial, de un tiempo a esta parte, me gustan todas. Las altas, las bajitas, las que llevan tacones y las que van con bambas, las gorditas, las delgaduchas, las que se tiñen el pelo y las que no. Las que se ajustan el jersey al tetamen, hundiendo la correa del bolso entre sus pechugas. Me gustan las que llevan las uñas pintadas y las que no se las pintan, porque me gustan también las manos de las verduleras, con ese olor a hierba y tierra, y las de las carniceras, tan frescas y limpias».

A veces se sienta en el bar de Braulio, en la terraza, pide una infusión (Ginés tiene la tensión por las nubes y no se permite ni un desliz con el coñac ni los cafés) y pasa la tarde contemplando a las colegialas que salen del instituto. «Me gustan las madres, las hijas, las solteras y las solteronas —prosigue—. A todas me las miro con deleite. Cada una tiene sus recovecos donde descansar la vista: el sobaco, la nuca, las varices de las piernas. Me gustan las que llevan leggins ajustados, pero también las que visten con sotana, como Mama Cass o Demis Roussos, y huelen a pachulí y a porro. Me gustan las abuelas con el pelo recogido en un moño y sus nietas, esas nenitas de catorce o quince años, con el bodi bien pegado al cuerpo y los pantalones minúsculos y deshilachados que apenas les cubren la entrepierna. Algunas, cuando ven que las miro, me devuelven la mirada con descaro y curiosean por mi cuerpo, pero cuando toman conciencia de que estoy cojo y desvalido retiran la mirada, avergonzadas».

«Me gustan todas, y no hago distingos entre razas, religiones ni clase social. Hombre, no te negaré que me gustaría que un bombón de clase alta, maquillada y elegantemente vestida, con un par de títulos universitarios y un libro en la mano, se interesara por mí, esto es, por mi mirada. Pero por este barrio pasa quien pasa y yo no estoy para irme hasta la plaza del Caudillo o a un café de la calle Jorge Juan para contemplar los mejores ejemplares del zoológico. Me conformo con lo que hay, y lo que hay en nuestro barrio es variado y estimulante. Sea la mujer del pollero, sea doña Pepita, la maestra jubilada. No le hago mal a nadie, Marcial, solo las miro y las acaricio con mis ojos, disimulando, porque no quiero llamar la atención ni que me la llamen, ¿comprendes? O sea, y concluyo, me gustan todas. Es una bendición del Señor tener ojos y poder apreciar lo que nos rodea, sobre todo si uno es, como yo, o como nosotros, si me lo permites, Marcial, jubilado, pobre y sin recursos».

Me acojoné. Ginés estaba repitiendo, frase por frase, lo que ya había escuchado de labios de Valeriano Satué, cuando estuvo ingresado en el centro sociosanitario donde lo colocaron sus hijos al final de su trayectoria vital. Valeriano, sin apenas movilidad, conectado a los recipientes que le iban suministrando gotitas de morfina, me iba desgranando con voz meliflua lo mucho que le habían gustado las mujeres, aquellas con las que mantuvo relaciones y aquellas a las que solo deseó con la mirada. El muy sátiro aún tuvo ganas de cantar las alabanzas de las asistentas del centro que pasaban por las mañanas a fregar las baldosas de la habitación, con brío y desvergüenza, habida cuenta de que el paciente de la habitación estaba más muerto que vivo.

En ese gustar de todas y a todas horas he visto un anticipo de la muerte. Cada vez más próxima. Si en Valeriano fue una premonición, en Ginés se cumple el anticipo a rajatabla. Paso a paso, Gines avanza por el mismo camino. Me sabe mal por él, tan enturbiado por su deseo, tan enganchado al ejercicio del contemplador. Pero también me sabe mal por mí, pues no estoy lejos de encharcarme como ellos. A mí todavía no me gustan todas, pero casi.