Consulto los Consejos a los jóvenes escritores1 de Charles Baudelaire, a la búsqueda de algún precepto que pueda ser útil a los colaboradores de La Charca, pero a medida que penetro en el librito voy descubriendo que nuestro autor se aleja de la visión a la que nos tiene acostumbrados: nada hay en él de la bohemia o el arrebato de sus Fleurs du mal. Ningún brindis por la suerte, la inspiración o la pasión. Por el contrario, en estos Consejos apuesta por la literatura productiva, rentable, profesional. Literatura creada para satisfacer al público lector. Un texto paradójico, viniendo de donde viene.
En su opúsculo, Baudelaire cede a las demandas del lector burgués, que es, al fin y al cabo, quien compra libros. ¡El tiempo de las malas escrituras ha pasado!, proclama Baudelaire, defendiendo el trabajo diario, la escritura legible y el pensamiento calmado. ¡Curioso! Aunque también podría suceder que, cargado de cinismo, estuviera subrayando los preceptos más rancios de un moralista conservador: si quieres ser literato y tener éxito, no te mezcles con mujeres, no tengas acreedores, no odies con pasión. ¡Trabaja al gusto del consumidor! ¡Escribe best-sellers! Exactamente lo contrario que él profesó en vida.
No vamos a recordar aquí la atribulada vida del escritor francés, su fracaso en el amor y en la literatura, sus dolencias físicas, su vida desordenada, su sífilis, el opio, el reuma, los desarreglos intestinales, su cuerpo marchito, su afasia y, finalmente, su hemiplejía, que le mantuvo paralizado y mudo en un hospital de París, hasta su muerte, a los cuarenta y seis años, en brazos de su madre. No vamos a insistir en ello, jóvenes escritores, porque con el ejemplo de Baudelaire es más que suficiente. Por si hubiera dudas, nuestro autor insiste: «Los preceptos que aquí señalo no tienen otra utilidad que el civismo pueril y honesto. ¡Una utilidad enorme!». Ya sé que suena un poco a cachondeo, y más cuando nos enteramos que Baudelaire publicó sus Consejos (L’Esprit Public,15 de abril de 1846) con apenas veinticinco años.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
– Para empezar, consulte el calendario. Si usted ya no es un joven escritor, olvide los consejos de Baudelaire y siga viviendo como si nada. Si hasta la fecha le ha acompañado el éxito, enhorabuena. Si no es así, siga leyendo.
– No atribuya su escasa proyección literaria a la mala suerte. Escribe Baudelaire: «Si uno tiene mala suerte es que le falta algo: hay que conocer ese algo y estudiar el juego de las vecinas voluntades para desplazar con más facilidad la circunferencia».
– Tampoco eche la culpa de su fracaso a la falta de inspiración. Contra todo pronóstico, la inspiración no surge de la nada. «La inspiración es decididamente la hermana del trabajo diario», escribió Baudelaire. Ya ven: hay que alimentarse bien y trabajar mucho.
– Finalmente, no gaste energías en alimentar pasiones que no conducen a nada. No pierda el tiempo fabricando odios y antipatías. «El odio -escribe Baudelaire en sus Consejos– es un licor precioso, un veneno más caro que el de los Borgia, porque está hecho con nuestra sangre, nuestra salud, nuestro sueño y los dos tercios de nuestro amor. Es imprescindible ser avaro.»
Supongo que ya vamos comprendiendo, ¿no?
(1) Charles Baudelaire: Consejos a los jóvenes poetas (Celeste Ediciones, 2000)