Gualterio, hijo de obreros, decidió a muy tierna edad que no iba a dar un palo al agua en toda su vida. La visión de sus padres miserables, tristes y sometidos en trabajos durísimos, le empujó a tomar tal decisión cuando todavía no mostraba pelos en el pubis. De nada sirvieron los consejos paternos ni las pláticas maternas sobre la dignidad del trabajador pobre. Cuando su padre le preguntó qué pensaba hacer con su futuro, Gualterio solo murmuró: “Seré poeta y andaré con mi lira por los caminos”. Tú lo que eres es un cantamañanas y un sinvergüenza, le respondió el progenitor mientras releía un capítulo de Masas y partido, de Antonio Gramsci.
Sin embargo, Gualterio consiguió llegar a la edad de los cuarenta sin haber trabajado, ya que no se puede considerar un trabajo escribir versos en libretas que luego perdía o eran roídas por las alimañas. Gualterio explotó el aura del poeta maldito y consiguió que varias mujeres, casi siempre de forma sucesiva, le mantuvieran. Cuando dio con Dolores de los Espíritus, viuda y devota, descubrió la fe. Ella lo alimentaba, vestía y colmaba de ofrendas solo a cambio de su asistencia a misa y así, poco a poco, Gualterio descubrió a Dios. Y decidió que su obra la dedicaría a la mayor gloria del Señor. Su primer opúsculo poético (Em moro lentament en la teva graciosa benaventurança) fue premiado en el Certàmen Poètic de la Parròquia de San Ferriol d’Entremón y así fue como acudió a la villa para recibir el galardón, un 22 de diciembre.
En el pueblo fue acogido por el párroco, Mossèn Matabosch, que le alojó en las habitaciones de la rectoría y le invitó a pasar allí las Navidades. Bajo el techo del cura, y en sus largas noches de ratafía, mistela i xarel·lo, Gualterio se inició en el género apologético. La inmediatez de las navidades le impulsó a escribir sobre el natalicio con un fervor febril que impresionó mucho a Mossèn Matabosch. En el sermón de Nochebuena, el párroco leyó fragmentos de Gualterio y los feligreses se levantaron para aplaudir, llorar y proferir vivas a Nuestro Señor, a la Virgen e incluso al burro y al buey. “Visca el ruc! Visca el bou!” son gritos retumbaron entre las paredes de la iglesia parroquial varias veces antes del obligatorio “Visca Catalunya” final.
Tras la misa del Gallo, el mosén y el poeta apologeta dieron buena cuenta de las reservas del vino de la sacristía y celebraron el éxito. Gualterio, cegado por el fulgor y el alcohol, no percibió la mirada envidiosa del cura ni fue capaz de intuir nada malo en la propuesta que le hizo: Podrías quedarte hasta la noche de reyes y desfilar ataviado de Baltasar, nos falta el rey negro. En San Ferriol, ningún vecino quería desfilar como el rey oscuro: siempre ha sido un pueblo orgulloso y temeroso de la extranjería y sus lúgubres intenciones. Gualterio prolongó su estancia en el villorrio entregado a su nueva ocupación como apologeta furioso. La tarde del día 5 permitió que le vistieran de rey mago y le maquillaran con carbón. Desfiló en un carruaje también negro, con unos extraños símbolos dorados que se le antojaron egipcios.
Después del desfile, fue conducido a una fiesta exclusiva en la mansión de don Dalmau de Balmes, riquísimo hacendado local, masón y estudioso de las tradiciones ancestrales. Allí le administraron un brebaje que contenía belladona y mandrágora virgen, entre otros ingredientes guardados bajo un secreto estricto. Gualterio se sumió en un sueño muy profundo del que despertó sintiéndose extrañamente rígido. ¡Cómo no iba a sentirse rígido, si le habían taxidermizado bajo las indicaciones del Doctor Francesc Darder i Llimona! El cuerpo disecado del poeta pobre fue guardado en las estancias del rico masón, que le exhibía a sus amistades y hermanos más allegados en las grandes ocasiones.
Más tarde, la desdichada Dolores de los Espíritus denunció la desaparición de su joven amante poeta. Hubo una investigación preliminar que concluyó que Gualterio estaba harto del concubinato con una mujer mayor y demasiado beata amén de frígida, y que había motivos de peso para concluir que había huido a las islas Azores.
Cada noche de Reyes, en San Ferriol, desfila un rey Baltasar hierático y solemne, conmovedor en su gesto serio, algo tenso. Los pueblerinos que le observan refuerzan así la idea de que los negros son vagos y solo vienen para vivir a cuerpo de rey sin dar un palo al agua.
–