Tu olor me vuelve loco

Azufre para las llagas

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El sentido del olfato es uno de los más extremos de los que dispone el cuerpo humano. Alguien con este sentido muy desarrollado puede detectar un aroma a kilómetros, también el olor más repugnante. Este «superpoder» se convierte en una obsesión y una condena para esas personas. ¿Recuerdas la novela El perfume: historia de un asesino, de Patrick Süskind? Yo pude sufrir en mis carnes uno de esos casos.

Se llamaba Antoine Vernon, belga de nacimiento y ciudadano del mundo, como yo. Nuestras vidas se cruzaron un 7 de julio de hace cinco años. Yo estaba de vacaciones en Mahé, la isla más grande de las Seychelles. La recepcionista acababa de darme el número de habitación. Estaba deseando dejar la maleta y zambullirme en las aguas cristalinas de su playa, tumbarme al sol con una bebida fría y olvidarme de todo, cuando un hombre detuvo mi paso hacia los ascensores.

—¿Qué colonia gasta?

Levanté la vista y me topé con un tipo tembloroso de ojeras interminables, pelo ausente y ojos profundos que frotaba sus manos sin parar.

—¿Disculpe?

—¿El nombre? —insistió— ¿El nombre de su perfume?

Cuando se dio cuenta de que yo le miraba con cara de «¿de qué psiquiátrico se ha escapado este?», sonrió dócilmente y relajó los músculos de los hombros, hasta ese momento en tensión.

—Le ruego perdone mis modales, me llamo Antoine Vernon —alargó el brazo y estrechó mi mano sin darme tiempo a retirarla.

—Luca Montenegro —farfullé.

—Sé que no es una pregunta habitual para formular a un desconocido, pero tiene una explicación. —Estaba deseando escucharla para mandarle a la mierda y continuar con mi plan de vacaciones—. Desde hace años, padezco olfactofobia, un miedo irracional a ciertos olores que se incluyen en algunos componentes de perfumes y que me producen horribles jaquecas. Creo que el suyo los lleva y, cuando he escuchado a la recepcionista darle el número de habitación contiguo al mío, me he puesto a temblar, ¿entiende? —Tartamudeó agarrándose la cabeza como si quisiera arrancarse la piel—. Quisiera pedirle que solicite un cambio en recepción para que no coincidamos en el mismo pasillo.

Tomé aire y me dirigí a él con toda la calma de la que fui capaz.

—Y, dígame, ¿por qué cree que mi perfume lleva esos componentes?

—Porque al pasar por mi lado no he podido evitar rechinar los dientes, he comenzado a sudar y mi estómago se ha revuelto inquieto. El siguiente paso será convertirme en un ovillo y tener que encerrarme en mi habitación con las cortinas echadas y las luces apagadas.

Su rostro ceniciento y sus gestos inflando los carrillos fueron suficiente para mí. Ahora era yo el que no quería pasar ni una noche cerca de aquel lunático. En otra ocasión le hubiera aconsejado que fuera él el que cambiara de habitación, pero por el tono rojo de su nariz y su bañador descolorido estaba claro que Antoine llevaba ya algunos días allí y a mí no me apetecía nada engordar más aquel problema. Me di la vuelta sin despedirme de él y volví a la barra de la recepción.

—Gracias —le oí musitar. Me volví, pero ya desaparecía por una puerta que indicaba el camino a los lavabos.

Resoplé y le conté a la bella recepcionista mi pequeño contratiempo.

—Lo siento mucho, señor, pero el hotel está completo.

—Tal vez se produzca alguna cancelación… —apunté con mi mejor sonrisa.

—Son fechas complicadas. Lo lamento.

Me devolvió la tarjeta de plástico con frialdad y miró a los clientes que tenía detrás de mí. Arrastré la maleta a un lado y barajé mis opciones. Cambiar de hotel era del todo imposible en aquella época. Miré hacia la playa por la cristalera y bufé, seguro que este era lo suficientemente grande como para que Antoine y yo no nos cruzáramos en toda la semana. Comprobé que ese tipo no estuviera por allí y subí al ascensor. Cuando dejé mis trajes colgados y me coloqué el bañador, salí de mi habitación con el ánimo renovado.

Sin embargo, al cerrar la puerta y darme la vuelta, me encontré a Antoine de frente. Estaba encogido, con los ojos enrojecidos, a juego con aquella narizota, y la baba cayéndole por la comisura de los labios.

—Usted, usted, no debería de estar aquí… Su perfume… Su asqueroso perfume…

—Lo siento, tipo raro, he hecho lo que he podido, pero el hotel está completo y…

No me dio tiempo a más. Aquella bestia humana, llena de sarpullidos, se lanzó hacia mí con un cuchillo que llevaba escondido en la espalda. Conseguí esquivar el primer golpe y agarrarle el brazo. Cambió el cuchillo de mano para volver al ataque, pero para entonces yo ya le había rodeado el cuello evitando que el aire llegara a su cerebro. Se desmayó a los pocos segundos y el cuchillo cayó al suelo.

Cogí la tarjeta de su habitación y lo metí dentro. Con la rabia llenando cada poro de mi piel, volví a la mía, me cambié y rehíce la maleta. Ahí terminaban mis días en las Seychelles. Alegué un asunto urgente en el trabajo y pagué la primera noche como compensación.

A través de la organización conseguí hotel en otra isla e información sobre aquel tipo. Cuando la camarera de pisos fue a hacer su habitación se lo encontró en el suelo inconsciente. Se despertó de golpe e intentó atacarla. La chica consiguió escapar y avisar a recepción. La policía lo detuvo antes de que consiguiera escapar del país. Era un asesino buscado en Europa, que había matado a siete personas alegando que no soportaba el olor que desprendían.

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Consejo número siete: Cuidado con el aroma que eliges para embadurnar tu piel. Algunos de ellos pueden resultar arrebatadores, otros tan desagradables que puedes tener consecuencias inesperadas. Recuerda que el olor a limpio nunca pasa de moda, sobre todo en verano.